En Cimadevilla, o Cimavilla según la oficialidad, se ha constituido un curioso lobby ciudadano, sin precedente ahora mismo en ninguna otra zona de Gijón, para impulsar un plan de dinamización que pretende mejorar la calidad de vida del barrio y proteger su identidad. Este grupo formado por colectivos variopintos, personas vinculadas al movimiento vecinal, al arte y a la cultura, hosteleros y comerciantes, presentaron esta semana, sin mesas por el medio y reunidos en círculo, toda una lista de peticiones al Ayuntamiento para adecentar el barrio, darle mayor habitabilidad, hacerlo más atractivo aún y poner en valor la memoria, todavía viva, de este lugar histórico y singular.
El catálogo de actuaciones que ya tienen en sus manos los mandatarios municipales tendría que ser atendido por lo razonable de las reclamaciones y porque supone una continuación, la segunda edición si cabe, del plan especial de reordenación interior que diseñaron Francisco Pol y José Luis Martín hace ya treinta años por encargo del gobierno local de entonces, que cambió radicalmente la fisonomía de Cimadevilla. La rehabilitación integral que acertadamente puso en marcha el Ayuntamiento en los ochenta, que implicó casi la reconstrucción del barrio, mucho más que un simple lavado de cara, a partir de la recuperación de la muralla romana y de la atalaya, permitió que aquel lugar cobrara una vida radicalmente distinta dentro de la ciudad. Cimavilla pasó de ser un barrio marginado y marginal, por el que daba miedo transitar, a recobrar la popularidad.
Haría bien el Consistorio en tener en cuenta el conjunto de ideas que plantea la llamada ‘comisión de dinamización’, desde el arreglo de calles y aceras, nuevo alumbrado, reforma de fachadas, mantenimiento de solares abandonados, recuperación de viviendas públicas para su alquiler o adecuación de las Casamatas del Cerro para uso público, y también de aquellos otros planteamientos que persiguen dar contenido al barrio. Me refiero, por ejemplo, al proyecto para revitalizar el pasado del casco histórico gijonés a través del arte urbano y a las propuestas sobre los usos del edificio de Tabacalera que, a mi juicio, tiene que convertirse en el pulmón de este resurgimiento.
Una de las propuestas que circulan es la apertura de un espacio para la Casa de la Sidra, siguiendo el ejemplo de The Scotch Whisky Experience, en Edimburgo, con todo lo que rodean a nuestra bebida madre. Es una idea interesante, pero yo la completaría con otros aspectos más vinculados directamente a lo que ha representado Cimavilla, a sus gentes y costumbres. Por ello, no estaría de más que la antigua fábrica dedicara dos buenos rincones a recrear la vida marinera que tan bien nos dejó tallada Sebastián Miranda en su Retablo del Mar y la actividad tabaquera durante casi dos siglos. Al fin y al cabo, pescaderas y cigarreras constituyeron la esencia misma del barrio alto y n o pueden caer en el olvido.