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Miguel Ángel Rodríguez Caveda

Al otro lado del Atlántico

Castigos y políticos

Leía el lunes en los principales periódicos del mundo que los electores franceses habían “castigado” en las urnas al presidente Nicolas Sarkozy al otorgar con sus votos una amplia victoria a la izquierda en las elecciones locales en Francia. “Castigar”, pensé. “Con su voto”. “Dando la mayoría a los oponentes”. Y me pregunto: ¿es esa una forma coherente de decidir quién nos gobierna? Mi lógica me dice que no. Pero la experiencia dice que así es. Lo ha sido desde hace mucho tiempo, quizá desde siempre.

Cuando los electores “castigan” a un político, las repercusiones son enormes. Y es que el castigo consiste en otorgar el voto a alguien a quien no habían elegido en la oportunidad anterior, o a quien no pensaban apoyar en las urnas. Eso puede dar y quitar el gobierno de un país. Tan fácil, que da miedo. Porque lo que muchos no ven –o no quieren ver- es que un “castigo” impuesto de ese modo no sólo afecta al castigado, sino que puede convertir a todos los ciudadanos en receptores de tan particular reprimenda.

Recordemos las elecciones de marzo de 2004 en España. Días antes de los comicios, el debate era si el Partido Popular obtendría la mayoría absoluta o no. Luego ocurrieron los atentados de Atocha, y España “castigó” al entonces presidente Aznar votando por José Luis Rodríguez Zapatero. Es decir, una parte de la población –los llamados “indecisos”- cambió su idea de votar a un gobierno que a priori iba a ser reelegido (a las encuestas me remito) por otro al que no pensaban otorgar su voto unas horas antes.

En la mayoría de ocasiones, estos “castigos” se deben a un tema único y no a todo un programa político, lo cual es aún más inquietante. La debacle electoral de ERC en Cataluña, por ejemplo, se ha achacado más a un “castigo” personal de los votantes a Carod-Rovira por su pacto de gobierno tripartito que por cualquier otra posible deficiencia de su programa, según los analistas.

Esta política de “castigo” a los políticos no es exclusiva de los votantes europeos. En las elecciones legislativas de 2006, los republicanos perdieron el control del Senado y la Cámara de Representantes en lo que fue interpretado únicamente como un escarmiento a causa de la política del presidente George W. Bush en Irak. Es decir, los citados “castigos” se olvidan de la política global de un presidente o partido (que es muy compleja y consta de infinidad de puntos y matices) y se aferran a un único asunto, que puede cambiar el rumbo de un país.

Un compañero periodista norteamericano me decía hace unos días que, para él, el único “voto de castigo” que tenía sentido era el voto en blanco. “Uno tiene la opción de acudir a las urnas y hacer evidente su disconformidad, pero no por ello tiene que apoyar a alguien por quien no iba a votar antes. Si todos hiciéramos eso estaríamos convirtiendo la democracia en un concurso de popularidad”. Tristemente, yo me pregunto si no lo es ya.

www.miguelangelrodriguezcaveda.com

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Sobre el autor

El periodista asturiano Miguel Ángel Rodríguez Caveda analiza la actualidad de España vista desde Estados Unidos


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