Lamentable, horrendo, inexplicable. Incoherente, desesperante y frustrante. Cualquier término se queda corto para expresar la repulsa que sentimos la mayoría de españoles ante la salida de prisión de José Ignacio de Juana Chaos. Un sujeto que acabó con la vida de 25 seres humanos. Que fue condenado a tres milenios de cárcel. Y que este fin de semana ha salido en libertad, después de completar la ridícula cifra de 21 años a la sombra.
Si la mayoría estamos indignados con el sistema judicial y penitenciario español, difícil es imaginar cómo se sienten los familiares de esas 25 almas inocentes que murieron a manos del monstruo. Probablemente impotencia, ira, sed de justicia. Justicia de la de verdad, no de la que tenemos en España. Son ellos quienes están viviendo una de las paradojas más crueles de la vida. Sus seres queridos no están aquí. De Juana sí. Y ahora, gracias a un sistema anticuado, incoherente e inconsecuente, está libre. Libre para volver a matar.
Se supone que el sistema judicial y penitenciario español está pensado para rehabilitar a los criminales y facilitar su reinserción en la sociedad. Digo se supone, porque al menos en este caso dicha rehabilitación brilla por su ausencia. Estamos ante un individuo que tras el asesinato del concejal sevillano Alberto Jiménez-Becerril y su esposa Ascensión García escribió: “sus lloros son nuestras sonrisas y terminaremos a carcajada limpia”. Arrepentido, lo que se dice arrepentido, no parece.
Todo el mundo pide justicia para las víctimas de este terrorista. Yo voy a pedirla para él. Justicia para De Juana. Al fin y al cabo, tuvo un juicio justo y una sentencia objetiva. Y es razonable pedir que cumpla íntegramente la condena que se le impuso. Si son tres mil años, pues tres mil. Ni uno más, ni uno menos. Sin concesiones. Él no las hizo.
Nuestros magistrados deben olvidarse del antiguo Código Penal y empezar a hacer los deberes. Cumplir aquello para lo que son nombrados. Su objetivo debe ser que en nuestro país reine la justicia y la libertad. Con De Juana en la calle, la meta está más lejos.