Las elecciones al Parlamento europeo han sido una gran derrota para todos los españoles, independientemente del resultado. Antes de acudir a las urnas, los ciudadanos ya habíamos perdido. Porque, esta vez más que nunca, no se daba el voto a una idea o a un programa. Se votaba a unas siglas, más por costumbre que por otra cosa. Y se tiraban por tierra los principios más elementales de una democracia que se digne de serlo.
Es triste escuchar frases como “voy a votar al menos malo” cuando uno se acerca a depositar su papeleta para elegir a sus representantes en Europa. Pero mucho peor aún es no saber quién es el “menos malo”. Y en estos comicios no se sabía, porque ninguno propuso nada. No hubo ideas. No se hizo política. Se practicó el marujeo, el insulto y el barriobajerismo más humillante. Y la respuesta más acertada probablemente habría sido una abstención del 100%. O un 100% de voto en blanco, como prefieran. De este modo nuestros políticos se habrían dado cuenta de que los españoles no somos tontos, y no tenemos por qué ser representados en la Unión por una persona que ni siquiera se ha dignado decirnos qué piensa hacer cuando resulte elegido. Eso sí, cualquiera de los candidatos ha demostrado que tiene una gran capacidad de descalificación. Pues vaya futuro nos espera en Europa.
Cuando un ciudadano toma la decisión de votar a uno u otro partido, ¿qué le importa si Camps acepta trajes, si Aznar tiene muchos guardaespaldas, si Zapatero va en avión o en bicicleta o si Fabra se plantea acostarse con Rajoy? Pues lo mismo que a usted, nada. Lo que quiere saber es cómo uno y otro candidato pueden beneficiarle desde Estrasburgo. Lamentablemente, los pocos electores que decidieron ir el domingo a ejercer su derecho al voto no tenían la respuesta a esa cuestión. De hecho, a día de hoy muchos de ellos ni siquiera saben cómo funciona el Parlamento Europeo o en qué medida afectan sus decisiones a nuestro país. Así las cosas, es imposible tener unas elecciones de verdad, en todo el sentido de la palabra. Porque para que haya elecciones hay que poder elegir. Y para poder elegir hay que tener opciones. Algo que no existía este 7 de junio.
Lo vivido durante las últimas semanas debe invitar a todos a la reflexión. Tanto a políticos como a votantes. Ellos deben entender que así nunca seremos un país puntero de verdad. Nosotros, que debemos exigir mucho más a nuestros representantes. No olvidemos que, al final, somos nosotros quienes les ponemos ahí.