Cada vez que el gobierno de Cuba anuncia algo, sea lo que sea (no importa mucho porque siempre es malo para la población), uno se sorprende más de cómo un pueblo tan noble e idealista como el cubano no se decide a reaccionar ante sus mandatarios. Los hermanos Castro, por turnos, se han encargado de hundir cada vez más a la isla, y con ella a sus habitantes. La última gota de este ya muy repleto vaso fue el reciente anuncio de nuevos recortes en gastos sociales. ¿Realmente se puede recortar algo que ya se encuentra en una situación totalmente precaria? Al parecer, sí, es posible.
A los isleños les esperan ahora numerosos obstáculos adicionales en su ya complicada vida diaria: recortes en el suministro eléctrico (es decir, apagones generalizados); eliminación de numerosos subsidios (ya que lo poco que da hoy el gobierno dejará de darlo); reducción de la cantidad de alimento en la cartilla de racionamiento (que de por sí no era suficiente para que una familia pudiera comer) y disminución de los gastos en salud (en un lugar donde hay médicos pero no medicinas) y en educación (que es gratuita, pero carente de medios: casi no hay tizas para los profesores ni lápices para los niños). Se trata de una situación indignante. Pero el cubano de a pie, sin embargo, se resigna.
Con el paso de los años, los dictadores Castro han logrado crear un clima de conformismo generalizado entre la población. La gente no protesta contra el gobierno. Al menos, no públicamente. Y no lo hacen por un doble motivo: por un lado, saben que de poco servirán sus reclamos. Por otro, son conscientes de las fuertes represalias que pueden tomarse contra ellos y sus familias. Cualquier amigo, cualquier vecino, puede delatar a un “opositor” si éste habla más de la cuenta. Y, ante el grave riesgo de perjudicarse a sí mismos o a sus seres queridos, muchos deciden tirar la toalla, agachar la cabeza y “aguantar lo que venga”.
Aquellos que deciden no rendirse acaban por ser apresados o apaleados. Los que tienen más suerte logran llegar de uno u otro modo a Estados Unidos o algún país democrático. Desde allí ejercen toda la presión posible en los distintos gobiernos para que ayuden a remediar el problema cubano. Un problema que, a día de hoy, sigue sin solución en el horizonte. Y que no terminará hasta que los propios cubanos se unan –desde dentro- por una causa común: la libertad de Cuba.