SIDA en África: con la Iglesia hemos topado
Pasan los siglos y los milenios. El mundo cambia, surgen nuevos retos y también nuevas enfermedades. Pero la Iglesia, ajena a los cambios que acontecen a su alrededor, no avanza. Se queda estancada en conceptos obsoletos y llega a enfrentarse a los propios fieles con tal de defender sus propias ideas, aunque en muchas ocasiones éstas sean arcaicas e incoherentes con la realidad que se vive en el siglo XXI. Sus obispos africanos han dado una nueva muestra de ello al aseverar públicamente que el avance del SIDA “no puede ser superado con la distribución de profilácticos”. Una desafortunada afirmación que, por desgracia, forma parte del inamovible discurso del Vaticano.
La declaración, respaldada y apoyada por 244 obispos reunidos desde principios de mes en Roma, está incluida en el mensaje final del II Sínodo para África que concluye esta semana. En dicho mensaje se reafirma que la lucha contra la enfermedad se logra a base de “abstinencia en los no casados” y “fidelidad en los matrimonios”, obviando por completo la realidad de un continente en el que 27 millones de personas están infectadas por el síndrome de inmunodeficiencia adquirida. El temido virus del SIDA mata en África a más de dos millones de personas cada año.
No es que la propuesta de la Iglesia sea mala, ni mucho menos. Simplemente es irreal, utópica, irrealizable. Se ampara en la defensa de la fidelidad y la abstinencia sin recordar que los tiempos han cambiado. Olvida que en la actualidad la sexualidad es muy distinta a como era hace apenas 20 años. Y pasa por alto que en África la media de edad para la pérdida de la virginidad apenas supera los 10.
Es evidente que Benedicto XVI no cambiará nada respecto al uso de preservativos y anticonceptivos durante su Papado. No fue elegido para ello, ni tampoco es algo que el máximo representante de la Iglesia contemple como necesario. Pero, con suerte, quizá su sucesor –quien se presupone será más joven-se atreva a estudiar el problema. La Iglesia debe entender que no se trata de promover el sexo, sino de proteger a los que deciden practicarlo. No es necesario entrar en el debate de lo que es pecado y lo que no. Es simplemente una necesidad de salud y de bienestar que, además, puede salvar muchas vidas. Y es por eso por lo que la Iglesia debe apoyarlo.
Quién sabe. Quizá algún día.