Leo con fascinación sobre la llegada del actor Rhett Butler a Roma para rodar un capítulo de una famosa serie estadounidense a bordo de un crucero por el Mediterráneo. Llega en su avión privado, en el que se transporta también su comida especial, traída desde Norteamérica.
Rhett es uno de los actores más cotizados de Hollywood. Cobra un millón de euros al mes (un 30 por ciento más que Cristiano Ronaldo) y vive en una fabulosa villa en Beverly Hills. Para venir a Europa se ha traído un entourage (término hollywoodiense para “séquito”) de cinco personas a su servicio. Entre ellos una dietista, su peluquera, un entrenador y dos cuidadores. Sí, han leído bien: cuidadores. Rhett Butler no es un actor común. Se trata del nombre real del famoso perro Rex, protagonista de la popular serie televisiva Comisario Rex.
En un tiempo en que millones de familias de todo el mundo tienen graves problemas para llegar a fin de mes nos encontramos con ejemplos de extravagancia como estos, que parecen casi una burla a la crisis económica y al más puro sentido común. Rex grabará el episodio de la serie en un barco de crucero con una buena parte reservada para su uso personal, acondicionada con un recorrido de saltos y tubos, una cinta corredora en la que se ejercita a diario, un área para comer y una zona dedicada a su descanso, con su propia cama traída de Estados Unidos. Un auténtico despliegue de medios para que la estrella de la pequeña pantalla se encuentre a gusto y supere sin grandes problemas el jet-lag.
El afamado pastor alemán cuenta además con cuatro dobles para las escenas de riesgo, de modo que nada ponga en peligro su integridad física. Todo a su alrededor está perfectamente pensado para su uso y disfrute. Y, por supuesto, hay muchas personas que ganan dinero gracias a él.
Es llamativo que en la situación económica actual -en la que grandes empresarios de todo el mundo han padecido la crisis, multitud de empresas han quebrado y millones de personas han perdido sus empleos- un perro sea capaz de generar riqueza, crear puestos de trabajo, atraer inversiones publicitarias y vivir como un marajá. Ironías de la vida: quizá, al fin y al cabo, tener una “vida de perros” en tiempos de crisis pueda no ser tan malo.