Cornada a la identidad de España
Dependiendo de la cultura personal y familiar de cada uno, del amor por las tradiciones o el respeto por los animales, la decisión del Parlamento catalán de prohibir la fiesta de los toros en su comunidad autónoma podrá ser entendida o no. Cada uno es muy libre de pensar aquello que prefiera y argumentarlo a su gusto. Pero si hay algo que no tiene discusión es que la votación de este miércoles no pretende defender los intereses del toro bravo. Sino los de los más “bravos” componentes del movimiento nacionalista catalán.
No es que haya que poner en duda la posibilidad de que algún miembro de la Cámara votase siguiendo únicamente sus valores. Pero la gran mayoría de los que apoyaron el “sí” a la prohibición estaba en realidad votando a favor de la abolición de uno de los símbolos de España en Cataluña: la Fiesta Nacional.
Montilla, que aseguró haber votado en contra de la erradicación de la fiesta, se ha apresurado a rechazar que la medida aprobada por los parlamentarios pueda ser vista como un espejo de las “relaciones entre Cataluña y España”. Pero cuando el río suena, agua lleva. De no ser así, alguno de esos políticos pro-derechos de los animales debería explicar a los ciudadanos por qué la medida no afecta en absoluto a otros festejos taurinos como el “bou embolat” (toros a los que se les prenden los cuernos) y los “bous al carrer” (toro al que se marea, atosiga e incluso ata para proceder a esquivarlo o “recortarlo”). La respuesta es evidente; ese tipo de celebraciones son consideradas festejos típicos catalanes. No “huelen” a español. Esas sí que les gustan. Y se olvidan del sufrimiento del toro.
Las prohibiciones son típicas de los regímenes totalitarios. Y el totalitarismo a menudo va de la mano del nacionalismo extremo. Con la decisión del Parlament, son dos de dos. Cuidado Zapatero, que Cataluña se te va de las manos.