Esta semana ha arrancado en Euskadi el programa piloto de teletrabajo para un grupo de funcionarios del Departamento de Justicia. Durante el mes de enero casi una treintena de empleados públicos se unirán a este proyecto, que durará hasta mayo. En estos meses trabajarán en casa tres días por semana. Se conectarán a Internet con una línea distinta a la suya, por motivos de seguridad, y podrán disponer de móvil y portátil “de empresa” si así lo requieren. Un experimento que ya se intentó en Castilla y León el pasado año, con resultados favorables según la Junta. De hecho, a partir del mes de marzo regularán esta variante de la actividad laboral. Aunque no todo el mundo está de acuerdo con la conveniencia del proyecto.
El estereotipo del funcionario en España -injusto o no- es el que es. Lo que hace que los ciudadanos de a pie no vean con buenos ojos que los empleados pagados con dinero público se queden en casa en lugar de acudir a su lugar habitual de trabajo. Basta con leer los comentarios de los usuarios de Internet al respecto o sondear las calles para darse cuenta de que los españoles, en su mayoría, no se fían de que el trabajo que debe hacerse, se haga.
Precisamente la clave de la iniciativa está en la “confianza”, según los promotores de la idea. El vice consejero de Función Pública del Gobierno Vasco, Juan Carlos Ramos, ha admitido que puede haber quien piense que esta medida facilitará el “escaqueo” de los funcionarios, pero defiende que no será así, sino que se “confía” en que la gente trabajará mejor porque estará “más satisfecha” al trabajar desde su domicilio.
La única manera de que esto funcione es modificando el método de retribución de los trabajadores públicos que opten por teletrabajar. El Gobierno Vasco debe promover que el que cumpla objetivos cobre su salario, y el que los supere, tenga incentivos. Como en una empresa privada. De ese modo no sólo se cumplirán las labores asignadas, sino que probablemente se mejorará mucho en el servicio público de cara al resto de la sociedad. Es la única manera.
De momento se trata sólo de un experimento más. Pero con la fórmula actual de compensación a los funcionarios, está condenado al fracaso. Por mucho que los “visionarios” públicos quieran convencernos, para aumentar la productividad del funcionariado no será suficiente la motivación de trabajar en pijama.