La situación en Libia es verdaderamente preocupante. Si bien los medios de comunicación prestaron en principio mucha más atención a las recientes revueltas en Egipto -por su cercanía a Europa y por su mayor repercusión internacional como país- lo cierto es que las que se están viviendo en la actualidad son mucho más sangrientas, y sus consecuencias pueden ser holocáusticas.
El loco Muamar el Gadafi lo ha dejado claro: piensa limpiar su país de las “ratas que siembran la revolución” aunque tenga que hacerlo “casas por casa”. En una amenaza directa contra quienes piden que se retire del poder, ha animado a sus partidarios a salir a la calle para enfrentarse con los manifestantes y a ponerse un brazalete verde como identificación. Una afirmación que implica la posibilidad de distinguir entre “amigos” y “enemigos” cuando llegue su anunciada hora de abrir fuego contra la población.
El ejército va a jugar un importante papel en la revuelta, pues son los soldados quienes tendrán la complicada decisión de apoyar finalmente a uno u otro bando. Si bien en Egipto la comandancia militar acordó desde el principio no abrir fuego contra los civiles, esta declaración no se ha producido en Libia, donde los más pesimistas prevén un baño de sangre difícil de evitar. Con un dictador totalmente enajenado que justifica las revueltas como “grupos de jóvenes que toman drogas” y un pueblo volcado a la lucha contra un gobierno absolutista y cruel, las consecuencias del conflicto dependerán en gran medida de la actuación de las fuerzas de seguridad. Hasta el momento, éstas parecen fieles a su desequilibrado líder.
Gadafi ha advertido sin tapujos que a partir del miércoles el Ejército tomará las calles y los opositores serán “ejecutados sin piedad”. Esperemos que los militares tengan la cordura que le falta a su líder y den un paso adelante para evitar una auténtica masacre de consecuencias históricas.