Las “elecciones” (necesariamente entrecomilladas) del pasado fin de semana en Barcelona y una veintena de municipios catalanes sobre la independencia de Cataluña han vuelto a dejar de manifiesto –por enésima vez- que el movimiento independentista no cuenta con los apoyos necesarios para ser siquiera una alternativa real. A pesar de que incluso el President Artur Mas ha votado a favor de una hipotética separación del Estado Español, la abstención del 80% de los llamados a las urnas habla por sí sola.
Ya decía Josep Antoni Durán Lleida antes del simulacro de comicios que la consulta tenía poco peso ya que la independencia no es algo viable hoy por hoy. Lo dijo a la par que algunos reconocidos políticos catalanes acudían a las urnas a depositar el “no”. Eso sí, sin cámaras, de modo que se ahorrasen su particular bochorno personal.
Algunos periodistas de prestigio, como Pedro J.Ramírez (El Mundo), han tildado esta iniciativa de auténtico “timo”. Otros, como Àngels Pinyol (El País) han destacado que, mientras el President y sus amigos votan que sí a la consulta soberanista –que por cierto no tiene validez alguna, a ningún nivel- este miércoles los diputados nacionalistas se abstendrán cuando se discuta en el Parlamento catalán la declaración de independencia promovida por Solidaritat Catalana. Un cúmulo de paripés y despropósitos que para lo único que sirven es para salir a pasear en domingo aprovechando el buen tiempo de las últimas fechas.
Lo que más llama la atención es la indiferencia del Ejecutivo socialista ante estos movimientos. Al PSOE no le importa que parte de su población esté votando por la escisión, mientras al mismo tiempo el propio Estado se las ve y se las desea para colocar miles de millones de euros en deuda pública en los mercados internacionales. Esos mercados que deben creer en la unidad y fortaleza de España. Los mismos.
Llega un momento en que ya no sabe uno que pensar. Está claro que las urnas han reflejado una clara bofetada al independentismo catalán. Pero mayor es la bofetada que nos espera a todos los españoles como en Europa se percaten de nuestros particulares jueguecitos y en consecuencia nadie se decida a comprar nuestra deuda. A ver si entonces Zapatero decide vendérsela a Mas, o los dos se la juegan al mus. O, mejor aún, a un juego de cartas típico catalán: la butifarra.