El primer debate televisado de la campaña presidencial estadounidense tuvo un claro vencedor: Mitt Romney. El republicano fue más incisivo, más activo y especialmente más batallador que un Barack Obama frío y distante, que parecía contar más con su ventaja en las encuestas que con su mensaje para los estadounidenses en este primer asalto.
Romney llevó las riendas del debate en todo momento, interrumpiendo con autoridad al Presidente y haciendo suya la labor de marcar los tiempos. Algo que debía ser tarea del moderador del debate, Jim Lehrer, quien estuvo tan ausente como el actual inquilino de la Casa Blanca.
Mientras el de Detroit golpeaba una y otra vez con asuntos económicos como el gasto público (llegando a citar a España como ejemplo de lo que “no se debe hacer”), el de Honolulu apenas reaccionaba. Tuvo múltiples oportunidades para contraatacar haciendo referencia al modo de vida de su rival, a los reducidos impuestos que paga a pesar de ser multimillonario o al dinero que tiene guardado en paraísos fiscales. La mayoría de los demócratas esperaba también alusiones al ya famoso comentario del “47 por ciento de estadounidenses mantenidos”. Pero ninguno de estos ataques llegó. Esto ha hecho que el ganador del debate según las encuestas sea el ex gobernador de Massachusetts por un amplio margen, que según la fuente consultada oscila entre el 47% y el 67%. Poco más del 20% de los espectadores dan la victoria a Obama, mientras que el resto contemplaría un empate técnico en el debate emitido por la televisión pública.
Obama ha sido ampliamente criticado por su planteamiento en el cara a cara, cuando solamente quedan cinco semanas para las elecciones. Incluso uno de los mayores estrategas de su campaña, David Axelrod, ha reconocido públicamente la necesidad de hacer ajustes en los siguientes debates.
La incógnita es si Obama tuvo realmente una mala noche, o si salió al escenario con esa estrategia planificada de antemano. Quedan otros dos encuentros frente a las cámaras aparte del que tendrán los candidatos a la vicepresidencia, y no podemos olvidar que los debates televisivos solamente han alterado la intención de voto en una media de dos puntos en las elecciones presidenciales desde el año 1976. Obama partía antes del careo con una ventaja de 4-5 puntos, por lo que podría haber decidido voluntariamente no poner toda la carne en el asador hasta los dos próximos choques, más cercanos al 6 de noviembre.
Hasta ahora, ningún candidato a las presidenciales ha logrado remontar una desventaja como la que Romney llevaba antes del debate. Pero Obama no puede permitirse otra pájara… si es que lo era.