Debo reconocer que desde hace años he sido un crítico gastronómico frustrado. Me encantaría poder ejercer como mi amigo y gran profesor Carlos Maribona, por ejemplo. El suyo es un trabajo precioso y reservado solamente a unos pocos. Es por ello que, cuando la actualidad me concede la oportunidad de hablar sobre restaurantes, recetas, estilos y fogones, no dejo que se me escape.
Hace apenas dos meses, la Guía Michelín reconocía al primer restaurante de Madrid con tres estrellas desde 1995. David Muñoz (o como a él le gusta escribirlo, Dabiz) y su establecimiento DiverXo se alzaban con tan deseado y prestigioso reconocimiento, siendo así únicos en la capital de España. Una ciudad que necesitaba un premio de este tipo que hiciera justicia a la gran variedad y alta calidad de su oferta gastronómica.
Barcelona fue una de las ciudades donde, a pesar de contar con 19 establecimientos con una estrella, se echó de menos un reconocimiento como el de DiverXo. Y este hecho ha sido clave para que mediáticos cocineros como el masterchefiano Jordi Cruz se hayan pronunciado diciendo que el premio a Muñoz se debe a “factores políticos”. Otros personajes públicos, como el periodista Salvador Sostres, han concluido que la Guía Michelín “desprecia a Barcelona” y que el sistema por el que ha sido premiado DiverXo es “una farsa” y su restaurador “intrascendente”. El primero, al menos, se disculpó unos días después por sus comentarios.
Quiero dar por hecho que los citados “opinadores” han tenido oportunidad de visitar DiverXo. Si lo han hecho, sin duda han debido disfrutar del concepto radical, sinfónico, caóticamente ordenado y artísticamente estudiado de la cocina de Dabiz Muñoz. No se parece a nada que haya probado uno antes. Es una sorpresa tras otra. Una “montaña rusa” como lo califican algunos. Yo prefiero el apelativo del Cirque du Soleil de la cocina moderna.
Es de entender la frustración de Cruz al no obtener la tercera estrella para su restaurante Ábac. La de Sostres no se entiende tanto, pero como él mismo dice, “escribir es meterse en problemas”. En cualquier caso, lo que no tiene sentido es que cuando un país recibe un premio de este calibre, que le pone en las portadas de medio mundo, los regionalismos se metan en el camino de celebrarlo como lo que es: un reconocimiento del que todos debemos estar orgullosos. Por si sirve de algo, yo lo estoy.