Es cierto que la vida nunca deja de sorprendernos. Cada vez que pensamos que ya lo hemos visto todo aparecen fenómenos inexplicables que llaman poderosamente nuestra atención. El último, el famoso balconing, que suele practicarse en hoteles y consiste en saltar desde un balcón a otro o precipitarse desde él a la piscina. Una práctica que el domingo se cobró su sexta víctima mortal del verano, esta vez en Ibiza.
Los responsables de Urgencias del archipiélago balear, donde se han registrado casi todos los incidentes, lo han reconocido ya como un fenómeno sociológico entre los jóvenes, que suele ir acompañado del consumo de drogas y alcohol. Lo que no dicen es que, además, hay que ser absolutamente idiota para tirarse de cabeza a una piscina desde un cuarto piso.
Todos hemos tenido juventud. Y hemos pasado ratos de fiesta. Seguramente la mayoría se ha tomado alguna copa de más. Pero de ahí a saltar al vacío, jugándose la vida por hacerse el valiente delante de unos supuestos amigos, va un mundo. Eso no es diversión. Ni se puede achacar a la falta de madurez. Eso es estar mal de la cabeza.
La mayoría de los accidentados y fallecidos son de procedencia inglesa y alemana. Los que han visto a estos grupos de jóvenes paseando por Mallorca o Ibiza saben que van totalmente alcoholizados desde el momento en que se suben al avión para venir a nuestro país. Ni sienten, ni padecen. Tragan cerveza como si fuera aire. Compiten para ver quién se emborracha más. Son como borregos cargados de tranquilizantes. Al mirarlos uno sólo puede sentir dos cosas: compasión y desánimo. Qué lástima de juventud.
La culpa de que estos chicos sean así no es totalmente suya. Alguien los ha criado. Alguien les ha dado el dinero para viajar. Alguien les ha permitido irse de vacaciones con unos amigos que, sin llegar a los 20, van camino del alcoholismo. Quizá esos sean los auténticos responsables de todo. Quizá sean ellos los verdaderos idiotas del balconing.