Las dudas me asaltaban como nunca al empezar esta columna. La verdad es que en un principio quería escribir sobre el impresentable sujeto de boina roja del otro lado del Atlántico. Sin embargo, todo cambió cuando vi las imágenes del entrenador del Real Madrid encarándose con un periodista, criticando a uno de sus jugadores, menospreciando a un club de Primera División y marchándose de malas maneras de una rueda de prensa de Champions League. Por eso decidí replanteármelo. Al final, la decisión fue salomónica: tenía que escribir sobre los dos.
Qué cosas tiene la vida. Venezuela, un país con amplia riqueza petrolífera y grandiosos recursos naturales, es presidida por un bufón cuya boca –en posición abierta- supera en tamaño la extensión del lago Maracaibo. Nuestro monarca quiso cerrársela hace años. Pero, como todos sabemos, la iniciativa no prosperó. Ahora el charlatán se enfada porque no ha conseguido mayoría absoluta en las elecciones, y en lugar de aceptar el aumento de votos de la oposición, recrimina duramente a los medios de comunicación en general –y a los españoles en particular- por dar las cifras electorales, a su entender, de forma errónea e interesada. Vamos, lo que lleva haciendo él más de una década. Con la salvedad de que, en esta ocasión, no es cierto.
En el otro lado se encuentra el Real Madrid. Un club con Historia y solera. Con un presidente siempre impecable, un director deportivo que hace de la palabra su aliado y una imagen internacional a prueba de bomba. Al menos, hasta la llegada del denominado “The Special One”. José Mourinho era poco más que un escriba en el banquillo de Robson y Van Gaal. Pero le llegó su turno, y demostró lo enfadado que estaba con el mundo. No sólo ganando títulos -algo digno de elogio- sino despotricando contra todo aquél que no compartiera sus opiniones. Ha demostrado ser un maleducado en sus anteriores equipos. Y en pocas semanas ya ha dejado su sello de macarrismo en Madrid. Insultó a Manolo Preciado insinuando que su equipo había regalado el partido de Liga que enfrentó al Sporting y al Barcelona. Ninguneó los grupos de Champions de cualquier club que no fuera el suyo propio. Acabó públicamente con la imagen de Pedro León, uno de los fichajes de Florentino el pasado verano. Arremetió incluso contra el Getafe, un club que con una milésima parte del presupuesto de su Madrid ha llegado a dar momentos de gloria en la historia reciente (cosa que no se puede decir de los blancos). Y además, en un gesto de desprecio hacia cualquier persona que no sea él mismo, abandonó la rueda de prensa empujando de malas maneras su silla en el escenario.
Es tan difícil comparar a Venezuela y al Real Madrid como fácil es encontrar semejanzas entre Hugo Chávez y Mourinho. Ambos mediáticos, ambos charlatanes. Los dos maleducados, egocéntricos y –hasta el momento- exitosos. Un dúo odiado por tanta o más gente que aquella que les adora. Dos causantes del deterioro de la imagen de aquellos a quienes representan. Y dos personajes cuyo único futuro debe ser morder el polvo de la humillación y de la derrota. Por el bien de Venezuela. De los venezolanos. Del Real Madrid. Y de todo el madridismo.