El tercer debate entre Barack Obama y Mitt Romney no pasará a la Historia por sus frases para el recuerdo ni por su capacidad de movilización del electorado. En realidad, ha dejado las cosas prácticamente como estaban horas antes del mismo. Mucho ruido y pocas nueces.
Si bien es cierto que la mayoría de estadounidenses vieron como ganador a Obama, también lo es que la diferencia porcentual entre ambos candidatos fue escasa. No fue un repaso, como el primer debate de Romney, ni una reacción, como el segundo de Obama. Fue un mero trámite en el que el mejor parado fue el presidente, ya que el asunto de la política exterior suele favorecer al candidato en el poder, más informado de los últimos sucesos, ofensivas y alianzas.
Romney capeó bien el temporal. No es un secreto que la política exterior no es un tema en el que se siente especialmente cómodo. Incluso tiene frases para el recuerdo, especialmente una en la que confunde a aliados y enemigos. A pesar de todo, salió entero del choque.
Obama tuvo a su favor el hecho de que el candidato republicano se viera forzado en varias ocasiones a darle la razón. Una postura que redujo al mínimo su mensaje opositor. Las repetidas declaraciones de apoyo a la gestión exterior del presidente así como el reconocimiento a la acción militar que acabó con la vida de Bin Laden, no ayudaron demasiado al de Detroit.
Conocidas las primeras encuestas tras el envite, se mantiene un empate técnico en la intención de voto de los estadounidenses. Si bien Obama ha conseguido recuperar parte del terreno perdido en el primer debate, no ha llegado a darle la vuelta a la tendencia ascendente que dio alas a su rival. En menos de dos semanas tendremos la conclusión a este periplo electoral, y salvo sorpresa serán dos factores los que decidan: el voto de las mujeres y el de los hispanos.