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Miguel Ángel Rodríguez Caveda

Al otro lado del Atlántico

Spain is different. Episodio 2: Comer en un lugar turístico

Las diferencias de España con el resto del mundo son evidentes desde que se llega al aeropuerto de destino, pero también en cuanto salimos a la calle. Digamos que ya hemos pasado el trámite migratorio, hemos dejado las cosas en el hotel y nos disponemos a comer algo. A ser posible, en un lugar típico.

Si eso nos ocurre en Londres o Nueva York, por ejemplo, no hay problema alguno. Podemos degustar aquello que más nos apetezca pidiéndolo en nuestro propio idioma, porque la inmensa mayoría de restaurantes tienen personal que se defiende en francés, inglés, alemán y español. En Roma o Milán nos traerán una carta en 3 o 4 lenguas distintas para asegurarse de que entendemos lo que vamos a comer. En las principales ciudades de Portugal, mientras probamos el pan caliente con mantequilla o con un poco de queso nos ofrecerán al menos dos opciones de idioma en la carta (generalmente inglés y portugués), y en cualquier caso se harán entender en su particular “portuñol”.

Pero si vamos a Madrid… la cosa cambia.

Es curioso ver cómo a pesar de ser uno de los puntos más turísticos del país, los restaurantes del centro de la capital parecen inmunes a la llegada de los visitantes. No evolucionan. No se adaptan.

En la Cava Baja, famosa por su tapeo, pocos son los que se atreven con palabras en inglés. Ni habladas, ni escritas. Por lo que si un turista lee en una pizarra que el pincho del día es “revuelto de morcilla con pimientos del piquillo”, a ver quién le explica lo que está a punto de pedir.

En la Plaza Mayor, por no movernos de la capital, es verdaderamente llamativo ver a camareros que llevan 20 años trabajando en el mismo local haciendo el gesto universal de comer -llevándose la mano a la boca- para preguntar a una familia nórdica si quieren sentarse en su terraza. Todos los extranjeros que se sientan a tomar algo acaban bebiendo cerveza, que es la primera palabra española que aprenden para que les entiendan en los bares y restaurantes. Y sus elecciones culinarias se basan en menús de platos combinados con fotografías descoloridas con las que, al menos, pueden saber qué es lo que están pidiendo.

Distinto es por ejemplo ir a Mallorca, donde podemos encontrarnos lugares en la Playa del Arenal en los que los establecimientos pecan de todo lo contrario: no hay carta en español, solamente en alemán o inglés. Increíble. Pero cierto.

Este tipo de prácticas no pueden dejar de llamarnos la atención. Y deberían también preocuparnos. Sobre todo porque estamos en un país conocido mundialmente por sus destinos turísticos. Nuestro PIB depende en gran medida de ese sector. Y sin embargo somos incapaces de optimizarlo. Está como estaba dos décadas atrás.

Hace 5 años explotó la burbuja inmobiliaria porque pensábamos que era eterna. Hoy también lo pensamos del turismo. Esperemos que éste no explote. Porque si lo hace, entonces sí que estamos apañados.

www.miguelangelrodriguez.net

 

Sobre el autor

El periodista asturiano Miguel Ángel Rodríguez Caveda analiza la actualidad de España vista desde Estados Unidos


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