Numerosos políticos como María Dolores de Cospedal o Ignacio González, entre otros, han expresado públicamente su apoyo a la creación de una legislación que prohiba y castigue este tipo de comportamientos, que nada tienen que ver con el deporte y que generan violencia y enfrentamientos entre aficiones de un mismo país.
Al parecer, llevar a buen término este tipo de iniciativas es poco realista ya que la libertad de expresión está por encima de cualquier legislación que pueda oponerse a ella. El motivo es que ese tipo de pitadas multitudinarias al Himno o al Monarca están protegidas por ese principio de libertad. Distintos son los insultos directos al Rey, que sí pueden ser juzgados como injurias. Pero no los abucheos o pitadas, que los magistrados entienden como una simple crítica y por tanto están defendidas por nuestras leyes, por muy ofensivas que estas actuaciones puedan parecer a algunos.
El problema de fondo, no obstante, va más allá de la libertad de expresión. Suele decirse que la libertad de un individuo termina donde empieza la de otro, y en este caso puede considerarse que se sobrepasa la línea. Especialmente porque se introduce la política en el deporte, se contamina la competición y se perturba el desarrollo normal del evento. Por no hablar de las pasiones que se desatan en unos y otros a la hora de defender sus creencias, no relacionadas con su equipo, y que a menudo terminan en graves enfrentamientos, trifulcas y peleas, en ocasiones de terribles consecuencias.
A falta de una legislación que apoye el respeto a las instituciones durante actos públicos, quizá va siendo hora de que sean los propios organismos que regulan el deporte en España los que actúen. A día de hoy un estadio o afición que emita al unísono sonidos de primate para insultar a un jugador de color puede ser sancionado por la UEFA. ¿Por qué entonces se permite abuchear y silbar multitudinariamente al Rey de todos los españoles cuando se disputa precisamente la final de la Copa que lleva su nombre? No parece tener demasiado sentido.
El problema es el de siempre en España. Si un organismo deportivo se decide a actuar será tachado de fascista o nazi por no respetar la libertad de aquellos que silban. Pero nadie se para a pensar en la de aquellos que prefieren escuchar el Himno y simplemente aplaudir u observar en silencio al Rey. Qué triste realidad la nuestra.