Si Barack Obama quiere llegar a ser el primer presidente negro de la Historia de Estados Unidos, debe pedirle a Hillary Clinton que le acompañe como vicepresidenta. Ella conoce el camino -y hasta los armarios- de la Casa Blanca.
Es algo que ya están pidiendo a gritos muchos votantes demócratas, sabedores de que la unión de ambos líderes puede abrirles las puertas del 1600 de Pennsylvania Avenue. Y es que durante las primarias de su partido, la ex primera dama logró la nada desdeñable cifra de 18 millones de votos. Votos que Obama necesitará para sentarse en el despacho oval, y que ahora se encuentran en un limbo en el que quiere colarse John McCain.
El republicano, que llega sin desgaste a la campaña por la presidencia, intentará acercarse a esos demócratas que decidieron no votar por Obama. Es decir, las mujeres -en particular las mayores de cincuenta-, los hispanos, los católicos y los blancos de clase trabajadora. Mientras tanto, esperará la decisión del senador por Illinois sobre quién será su escudero en la carrera presidencial. No hay que olvidar que entre los votantes republicanos existe una gran animadversión hacia los Clinton, por lo que una candidatura conjunta empujaría a muchos a salir de casa y votar el día de las elecciones. Tampoco hay que dejar de lado que muchos de los votantes del propio Obama han dicho que si la senadora por Nueva York es la elegida, no saldrán a ejercer su derecho al voto. De ahí que la designación del “segundo de a bordo” sea crucial para el desenlace de la campaña.
A falta de decisión oficial, lo que está claro es que Hillary es una candidata de primera línea para la vicepresidencia. Lo es por experiencia, carisma y perseverancia. Y –cómo no- por los 1930 delegados con que cuenta todavía dentro del partido. Juntos, la Casa Blanca está más cerca.