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Carlos Ignacio Nores Quesada

Alguien tiene que decirlo

Los lobos y el Procés

No sé cuanta gente se habrá percatado de cuántos puntos tienen en común lo que se dice en Asturias de los lobos y el Procés de independencia de Cataluña. En ambos casos hay dos posturas aparentemente irreconciliables, exageraciones claras y un problema, latente a veces, violentamente manifestado otras, que lleva mucho tiempo sin resolver. Con el permiso de Plutarco podemos considerar ambas cuestiones como “vías paralelas” por las numerosas similitudes que presentan. Veamos algunas:

La pasión y la ley: los partidarios de ambas posturas son apasionados y a veces piden cosas que no tienen encaje legal: ni se puede dejar las manos libres a los afectados ni hay razones técnicas para que el lobo sea incluido en el catálogo de especies amenazadas, ni se pueden aceptar los lobos colgados de las señales. Como dijo Frans Timmermans, vicepresidente de la Comisión Europea: “Si alguien piensa que la pasión basta para permitirse ignorar las leyes está en un grave error”.

Mutismo gubernativo: Cuando una parte calla y se esconde detrás de la ley, sin hacer pedagogía de la misma, los medios buscan respuestas entre los que siempre están dispuestos a hablar y así ganan todas las jugadas mediáticas por incomparecencia del contrario. Las administraciones tienen criterios técnicos que sustentan sus decisiones, pero no los hacen llegar a la sociedad. Ignoro por qué. No sé si es que no saben, si es que no pueden, si es que no quieren o si no se atreven a hacerlo.

Dificultad de negociación: Ninguna de las posturas más extremas se ha aproximado lo suficiente como para ser capaces de compartir algo que se pueda negociar. El estado, a la defensiva, no osa hacer movimientos que remuevan aguas procelosas y la oposición está más pendiente de los votos que de solucionar los problemas. Esto atañe especialmente a los que caen en la tentación del populismo. ¡Algunos victimizan alternativamente al lobo y al paisano! Ningún partido político que siembre la discordia solucionará el problema del lobo.

Religión civil: El compromiso se adquiere como una imposición insoslayable que está por encima de la voluntad de quien lo asume. Hay un componente importante de fe, que se impone a la razón y a las razones de los demás.

Los mitos y las realidades: Los discursos que llegan a los ciudadanos están más cerca de la mitomanía que de la realidad. La representación de Lucifer es enfrentada a un franciscanismo absurdo. La primera piedra la pone el sentimiento, luego se retuerce la realidad hasta que coincida con él. Solo falta que también los lobos contribuyan a resucitar a Franco.

La posverdad rampante: El lobo no es una especie amenazada, ni estrictamente protegida, ni Europa ha prohibido nunca matar lobos al norte del Duero. Se ha dicho en la prensa que el Principado trampea informes o que decreta el exterminio de los lobos. Ni disminuyen los daños al ganado al aumentar los ungulados silvestres, ni hay matanzas indiscriminadas. Cualquier día nos enteraremos de que los cibertrolls rusos alimentan nuestras redes sociales.

Una parte usurpa la representación del todo: Es una práctica periodística poco aconsejable pedirle una solución a un ganadero que acaba de perder su ganado. La respuesta suele ser muy contundente, pero muy poco práctica. La parte del movimiento ecologista que exige la protección a ultranza dice hablar en nombre de la ciencia y del movimiento conservacionista, pero nunca han tenido el respaldo de los que más han hecho por la conservación de los grandes carnívoros ni de muchos de los científicos que trabajan en este problema.

Utilización de figuras populares: Conseguir que Dani Rovira pida desde Instagram el fin de la caza del lobo en Asturias garantiza la cobertura de la prensa, pero no demuestra que el control sea un despropósito.

Doble rasero: Los defensores del lobo acusan a la administración de falta de criterios científicos, pero sin aportar tampoco datos relevantes ni contrastados. Se proclaman como hechos científicos demostrados meras hipótesis u opiniones personales.

En las fiestas de la confusión, cada parte habla para soliviantar a sus convencidos y el resto de los mortales no aciertan a comprender qué está pasando.

 

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Sobre el autor

Profesor de la Universidad de Oviedo; zoólogo y por tanto observador de la vida en sus múltiples variantes


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