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Carlos Ignacio Nores Quesada

Alguien tiene que decirlo

Osos 4.0 El avistamiento de osos como reclamo turístico.

Me crie en la idea de que el oso pardo disminuía y que vería su extinción. La sociedad digital todavía no había sido inventada pero retrospectivamente podemos referirnos a aquella época como Osos 1.0. A mediados de los 90 tocó fondo, pero no tirábamos la toalla, si empeoraba un poco más, se acabó. El mundo digital asomaba la cabeza en el período Osos 2.0. Hubo que esperar diez años para confirmar un incremento sostenido, para ser optimistas por primera vez. Muchos rechazaron tal optimismo: algunos eran servidores públicos y otros lo quisieron negarlo desde el púlpito científico, pero la fase Osos 3.0 había comenzado. Cuando la recuperación fue innegable tuvo lugar el salto a Osos 4.0; los que negaron la recuperación la asumieron con la boca pequeña poniendo todos los peros posibles, otros se sumaron a una explosión general de júbilo, aunque nadando y guardando la ropa; eran los que a las duras ponían palos en las ruedas y a las maduras se olvidaban de haber negado tres veces. Y en estas estamos: ¿Sí o no al turismo de observación de osos?

Todo partió de dos realidades emergentes: las redes sociales y los aficionados a la naturaleza. En mayo de 2006 eran poco más que un rumor, pero allí estaban, cada día más presentes. Una iniciativa de la Fundación Oso Pardo (FOP) desencadenó el terremoto. Pretendía proponer al Consejo Asesor del Plan de Recuperación del Oso Pardo la regularización de las visitas para observar osos, que aumentaban año a año, con la adecuación de seis puntos de observación donde pudiesen verse los osos “de ladera a ladera”, de forma restringida y bajo el control de las autoridades. La propuesta se filtró a la prensa y la respuesta fue fulminante. Un exdirector de recursos naturales declaró: “Las molestias pueden ser terribles; la normativa no lo permite por motivos de conservación” y dos trabajadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas añadieron que “las consecuencias podrían ser muy graves”, aunque luego matizaron el apocalipsis (https://www.elcomercio.es/pg060518/prensa/noticias/Asturias/200605/18/GIJ-SUB-002.html). Ante tan nefasto panorama la Consejería de Medio Ambiente dio un “no” tajante a la propuesta, al menos mientras la especie siguiese catalogada “En Peligro de Extinción”. Una organización ecologista se manifestó a favor, otras tres lo hicieron en contra por considerarla “un importante factor de riesgo que incremente las probabilidades de mortalidad” (https://www.elcomercio.es/pg060521/prensa/noticias/Asturias/200605/21/GIJ-AST-002.html). La división llegó a las dos asociaciones de hosteleros de Somiedo, una de ellas apoyó la propuesta mientras que la otra expresó su “total oposición” (https://www.elcomercio.es/pg060522/prensa/noticias/Asturias/200605/22/GIJ-AST-002.html).

Habíamos suspirado durante años por el ecoturismo, queríamos que la conservación de la naturaleza generase puestos de trabajo, pero para muchos ecologistas la palabra empresa era tabú, sonaba a abuso, a expolio. Para el gobierno el ecoturismo estaba bien, era la base del Paraíso Natural, pero prefirieron no correr riesgos. Una reunión para explicar en directo la propuesta de forma razonada fue suspendida la víspera “por razones de agenda” y nunca más tuvo lugar. Para colmo, seis meses después, la consejería de Cultura, Comunicación Social y Turismo presentó a Yogui y Bubu como embajadores de la naturaleza asturiana. La polémica sobre los osos y el turismo pasó de virulenta a grotesca (https://www.elcomercio.es/pg060522/prensa/noticias/Asturias/200605/22/GIJ-AST-002.html).

En contra de lo que aparenta su nombre, la conservación de la naturaleza no es tarea conservadora. Dejar que todo siga su curso lleva al desastre cuando el curso es descendente. Afortunadamente aquel 2006 las cosas mejoraban. Por primera vez desde 1994, se había podido detectar una recuperación significativa del número de osas con crías, que en diez años casi se había cuadruplicado y en 2006 se había multiplicado por seis. ¿Cómo justificar la pasividad? Negando lo que aún no era tan evidente. Además de una infructuosa denuncia ante el Ministerio de Medio Ambiente y las comunidades autónomas, los científicos que se declararon en contra intentaron desacreditar el trabajo que demostraba la recuperación enviando una nota a la revista donde los esperanzadores resultados habían sido publicados. Aseguraban que el número de osas con crías no era un reflejo de la población y que, además, su incremento era ficticio.

Dos años tardó el Principado en dar un paso para esclarecer el problema y lo hizo en el consejo rector del Parque Natural de Somiedo para abordar los programas de avistamiento de osos anunciados por touroperadores (https://www.elcomercio.es/gijon/20080507/asturias/medio-ambiente-lleva-consejo-20080507.html). Por fin se habían dado cuenta de que la observación turística de los osos no era un invento de la FOP y las autoridades estaban rebasadas por las circunstancias. Los contrarios a las visitas distorsionaron la propuesta inicial hasta que pareció absurda. Solo se había puesto el dedo en una llaga incómoda y se había pedido una regulación; se pretendía ir por delante de los acontecimientos para evitar que sucediese lo que otros temían, que la demanda en aumento se descontrolase y se llegase tarde para atajar malas prácticas instauradas entre los observadores desorganizados y sin responsables visibles. Además estaban los problemas de seguridad: en primer lugar la vial (vehículos aparcados en carreteras sin arcén ni lugares dónde estacionar); en segundo la del turista, que podía internarse por terrenos intrincados con riesgo de caída o fuese atacado por un oso y en tercer lugar la de los osos, molestados por una presencia excesivamente cercana.

Los hechos dieron la razón a los partidarios del turismo osero regulado y erraron los científicos que vaticinaron desastres que no se produjeron. Pretendieron imponer su ideología como si fuese ciencia y su aterrador panorama fue diluyéndose en la realidad. Ahora no niegan lo que ayer negaban, pero ponen todos los peros que pueden imaginar y exigen a los demás más rigor científico del que ellos aportan. Las hemerotecas son testigos de la coherencia de cada cual.

Los años fueron pasando y la polémica decayó. Algunos de los antiguos opositores se han sumado a la iniciativa, hasta hubo quien creó una empresa de las que entonces quiso prohibir, otros intentan reabrir cuando pueden una disputa que ya no existe. Lamentablemente las malas noticias tienen buena prensa (https://www.elcomercio.es/asturias/occidente/201504/30/expertos-rechazan-observacion-directa-20150430003838-v.html). Mientras, el último censo oficial de osas con crías duplicó con creces el que había cuando se vaticinó el desastre.

Por fin el 11 de mayo de 2018, doce años después de que estallase la polémica hemos visto el titular esperado: “Asturias regulará las actividades de observación de osos” (https://www.elcomercio.es/asturias/asturias-regulara-actividades-20180511194008-nt.html). ¿Hemos perdido doce años? ¿Hemos ganado una guerra estúpida? Hubo suerte. La victoria, aunque no ha costado sangre, se ha cobrado mucho sudor y algunas lágrimas. Por ahora el turismo osero, aun sin regulación, apenas ha generado conflictos y ha mejorado la imagen del oso entre visitantes y locales. Acabada la pelea comienza el trabajo.

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Sobre el autor

Profesor de la Universidad de Oviedo; zoólogo y por tanto observador de la vida en sus múltiples variantes


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