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Carlos Ignacio Nores Quesada

Alguien tiene que decirlo

Los terraplanistas y la limpieza de los ríos

Ningún medio de comunicación perdió la ocasión de mofarse cuando los terraplanistas dijeron que querían llegar al fin del mundo. Pero si la evidencia directa parece darles la razón, la superficie del agua es plana, tanto en un vaso de agua como en el mar. ¿Cómo definimos la línea horizontal? Dando aparentemente la razón a los terraplanistas. Aunque vemos que el sol sale cada día por el este y se pone por el oeste poca gente mantiene que el sol gira alrededor de la Tierra. Se fían de los científicos que dicen haber demostrado lo contrario. No es la experiencia directa de nuestros sentidos la que nos permite no ser terraplanistas o geocéntricos, sino la reflexión sobre otra serie de evidencias sutiles que lo contradicen. Aceptar que la Tierra es esférica (no redonda) y que gira en torno al sol no es una obviedad, sino el fruto de un esfuerzo intelectual.

Por el momento los terraplanistas parecen inofensivos, aunque forman parte de la corte de seudocientíficos que introducen ruido en nuestras vidas y nos impiden distinguir el grano de la paja. Los antivacunas son más peligrosos porque juegan con las vidas ajenas. Sorprende que rechacemos algunos temas seudocientíficos y aceptemos con naturalidad otros solo por ser archirrepetidos. La frase seudocientífica más oída cada vez que los ríos se desbordan es que “esto sucede porque los ríos no están limpios”.

Un alcalde explicaba las inundaciones diciendo que “es sabido que los ríos hay que limpiarlos y para nada estaban limpios”. No tengo claro cuál es el concepto de limpieza que tanto se reclama. No sé si se refiere a quitar los troncos, ramas y plásticos que se acumulan en el cauce o si se pretende desnudar las orillas de la vegetación de ribera y convertir el río en una tubería de desagüe. Este ansia de limpieza fluvial nace de una comprensión superficial de la teoría que dice que si el cauce no tiene obstáculos el río desagua más rápidamente, lo que pillado así, sin matices, nos lleva a terrenos tan absurdos como el terraplanismo.

Aceptemos que un río limpio drena más rápido por estar limpio o canalizado. Pero si conseguimos evacuar con mayor rapidez el agua en Laviana creamos un problema aguas abajo, por ejemplo en Langreo, y si acelerásemos su paso por Langreo el problema se traslada a Ribera de Arriba, de allí a Grado y de Grado a Pravia. ¿Sería posible construir un canal indesbordable en todos los ríos para que desaguasen en el mar sin molestar? La respuesta es no. No es posible, ni técnicamente ni económicamente; además sería una barbaridad ecológica.

Mucho antes de llegar a desbordarse el incremento de la capacidad de arrastre del agua de los ríos se lleva por delante todos los “troncos y restos que se van acumulando” en el lecho. Según los datos oficiales durante esta última avenida los caudales mínimos medidos este mismo mes de enero se multiplicaron por 208 veces en Sama y por casi 750 en Puente San Martín (Belmonte). Realmente ¿alguien cree que un río que derriba un puente o una escollera no iba a tener fuerza para llevarse mucho antes un tronco? Si nos fijamos en el aumento de altura que alcanzó el agua los datos no son más tranquilizadores; en muchos puntos el nivel rebasó la altura del bosque de ribera. En El Condado (Laviana) o en Trubia (Oviedo), donde el agua apenas tiene medio metro de profundidad, llegó a superar con largueza los 4 m de altura y en Grullos (Candamo) los 7,4 m, cuando diez días antes no alcanzaba el metro.

Peor aún, tales niveles de agua no han sido extraordinarios. La recurrencia en los ríos asturianos de este nivel de inundación es de cuatro o cinco años. ¿Quién contendría el agua cuando llegue la tormenta del siglo?

Aunque el hombre se esforzase en limpiar su cauce y dragar su lecho el río repondría continuamente aquello que se quitó. Es como Sísifo que continuamente trata de llevar hasta la cima de la montaña la roca que una y otra vez rueda cuesta abajo. Podríamos destinar el presupuesto autonómico completo a la limpieza continua de los ríos sin solucionar el problema. Lamentablemente las leyes de la naturaleza no se aprueban en los parlamentos. Los ríos se han desbordado desde que existe agua y tierra emergida y lo seguirán haciendo. Reclamar soluciones imposibles crea una falsa sensación de seguridad, algo muy peligroso porque llevan el riesgo allí donde la gente piensa que está segura. Ni la limpieza ni la canalización van a impedir un proceso natural y recurrente. Nadie puede garantizar que el río deje de llevarse lo que esté en una llanura de inundación. Nunca he oído a un científico: geólogo, geógrafo o hidrólogo, defender la limpieza de los ríos, solo a los políticos y siempre como arma arrojadiza para señalar culpas ajenas.

Si queremos remediar un problema de nada sirve descargar la responsabilidad propia en quien no la tiene. Los problemas se solucionan afrontando la realidad. Es más fácil pedir que otros limpien los ríos que negar una licencia a una empresa en zona inundable o renunciar al IBI de una urbanización en una vega formada por el río. Pero la presión es tan machacona y las miras tan cortas que los técnicos se ven forzados a emprender acciones inútiles por la coacción política y social.

Como no nos demos un baño de realidad acabaremos escuchando que los ecologistas ponen los ríos al lado de los hospitales, de los colegios y de los polígonos industriales.

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Sobre el autor

Profesor de la Universidad de Oviedo; zoólogo y por tanto observador de la vida en sus múltiples variantes


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