El lobo: víctima de su imagen | Alguien tiene que decirlo - Blogs elcomercio.es >

Blogs

Carlos Ignacio Nores Quesada

Alguien tiene que decirlo

El lobo: víctima de su imagen

Hace poco rellené una encuesta en la que tenía que posicionarme sobre si me gustaba el lobo. Como el lobo levanta pasiones, a favor o en contra, fui de los pocos en contestar que ni lo uno, ni lo otro (a dos tercios de los encuestados les gustaba a tope). La verdad es que no aprecio al lobo más que a cualquier otra especie de mamífero: tiene pelo, como todos, se tiene que buscar la vida, como todos, y ha sido intensamente perseguido, como muchos de los grandes mamíferos y aves que han desaparecido de buena parte del territorio. Seré un bicho raro, pero si otros pensaran igual, el lobo y la sociedad dormirían más tranquilos, porque si por algo ha destacado el lobo en su relación con los seres humanos es por el temor que despertaba y, como consecuencia de ello, el odio, el odio generalizado, hasta que en los años 70 surgió un sentimiento antagonista, la admiración y, como consecuencia de ello, el amor incondicional, enardecido por un sentimiento de culpabilidad por luctuosos hechos pasados.

La polémica se ha vuelto a encender por la propuesta de una ONG de conservación del lobo para incluirlo en la categoría ‘Vulnerable’ del Catálogo Español de Especies Amenazadas. Meses después, el comité científico del Comité de Fauna y Flora Silvestres, dictaminó que no cabe su inclusión en el catálogo de especies amenazadas pero recomendó introducirlo en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial.

Recordemos que desde la ley de conservación de 1989 todo el patrimonio natural está protegido. No se puede destruir la fauna y la flora, como no se puede destruir el mobiliario urbano ni las gallinas del vecino. El Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial implica que las especies contenidas no solo tienen esta protección genérica, sino una protección especial, que, en términos generales, implica que no pueden ser explotadas cinegéticamente y que su estado de conservación debe vigilarse periódicamente.

Su inclusión en el listado no afectaría tanto a Asturias como a Castilla y León, a Cantabria y a Galicia, donde el lobo es una especie cinegética. No tendría por qué impedir los controles de población porque existe la salvaguarda para hacerlo legalmente como un recurso excepcional, pero complicaría la burocracia para las administraciones, encarecería su gestión y daría pie a que los defensores del lobo las denuncien ante los tribunales, con más frecuencia que lo han hecho hasta ahora, por cada lobo que se elimine. Que tales denuncias prosperasen aún está por ver. Pero ese momento no llegó. Hace poco más de un mes las cuatro comunidades autónomas con lobo paralizaron en el Grupo de Trabajo del Lobo el borrador de la nueva Estrategia para la Conservación y Gestión del Lobo que disponía su inclusión en el Listado con la intención de homogenizar la gestión en todo el Estado. Tiene lógica intentar lograr una gestión común, porque los lobos no entienden de fronteras y más de un tercio de las manadas asturianas comparten el territorio con las comunidades autónomas vecinas, del mismo modo que hay que reconocer que estas cuatro regiones que siempre han tenido lobos han cargado con el peso social de este problema, mientras que en las que había desaparecido, es decir, donde el lobo tiene posibilidades de expandirse en el futuro, tienen, por el momento, menos inconvenientes.

Según los datos oficiales, en Asturias los lobos han aumentado lentamente a lo largo de este siglo, a razón, aproximadamente de un 3% anual, un ritmo parecido al de nuestras comunidades vecinas, y sin embargo, la cuantía de los daños se ha mantenido o reducido levemente, a razón de un 1% anual desde 2010, con un promedio que ronda el millón de euros, aproximadamente lo mismo que se paga por daños de jabalí. Esto puede significar que los lobos abatidos en los controles apenas ha contenido el número de lobos, pero sí los daños y que el crecimiento de la población lobuna es similar en Asturias, donde no se puede cazar, que en Castilla y León, donde sí se caza.

Ignoro si la coexistencia pacífica entre los ganaderos y el lobo es una quimera, pero tengo claro que es una meta por la que esforzarse. La pelea sobre el lobo solo puede terminar en tablas, como sucede con las buenas negociaciones, pero eso supone renunciar a imponer al adversario una propuesta de máximos. El consenso, si alguna vez se alcanza, deberá admitir dos cosas: el control de los animales problemáticos y la puesta en práctica de la defensa activa del ganado. Dicho de otra manera: ambas partes enfrentadas deben aceptar que la solución pasa tanto por gestionar el lobo como la ganadería.

No se trata de ser equidistante, sino de reconocer que la solución nunca ha estado en los extremos. La imposición de soluciones extremas solo ha producido éxitos efímeros y reacciones duraderas, heridas que no cierran. Durante siglos se ha intentado erradicar los lobos por cualquier medio, muchos de ellos profundamente inhumanos y ninguno definitivamente efectivo. No se puede pretender que el lobo está en peligro de extinción porque no es cierto, ni que cesarán los ataques al ganado cuando haya suficientes presas silvestres, ni tantos bulos que la nueva mitología ha predicado, como tampoco se puede defender, como he oído frecuentemente, que los ganaderos no tienen que guardar su ganado, sino que es la Administración la que tiene que guardar los lobos. Ni es legal ni es posible.

Temas

Alguien tiene que decirlo es un blog de ELCOMERCIO.es

Sobre el autor

Profesor de la Universidad de Oviedo; zoólogo y por tanto observador de la vida en sus múltiples variantes


diciembre 2020
MTWTFSS
 123456
78910111213
14151617181920
21222324252627
28293031