¿Es fácil cometer un fraude científico?
La velocidad de publicación difiere en el periodismo y en la ciencia, así como no precisa el mismo nivel probatorio un periodista para publicar una noticia que un juez para emitir una sentencia. Si el periodismo funcionase como la justicia solo leeríamos noticias atrasadas.
Comparado con el dinamismo periodístico la ciencia parece lenta, porque cada paso debe ser comprobado y sus resultados solo se hacen públicos tras un exhaustivo sistema de evaluación independiente. Y eso lleva tiempo.
Un trabajo científico requiere un diseño experimental estricto, una recolección de datos ardua, una ejecución y manipulación impecable del material, un razonamiento sólido para descartar las interpretaciones menos probables o imposibles, una discusión objetiva y lúcida y un lenguaje preciso para redactarlo. El proceso no admite atajos, aunque en ocasiones se puede acelerar disponiendo de más medios: por ejemplo, más personal para recoger los datos, multiplicando las centrifugadoras o los termocicladores PCR, puesto que cuanto más amplia sea la muestra más seguro es el resultado. Otros procesos no pueden acortarse: si el tiempo que tarda un paciente en generar anticuerpos detectables del covid es de dos a tres semanas, no podemos abreviar este plazo con dinero. Una vez concluido y redactado el trabajo respetando todos los estándares, someterlo a publicación lleva, en condiciones normales, casi un año (la media en la prestigiosa revista ‘Nature’ es de 223 días): recepción por la revista, valoración del redactor jefe, envío al redactor especializado, selección de dos o tres revisores independientes a los que se envía el manuscrito tras confirmar que están dispuestos a revisarlo en determinado plazo, devolución del manuscrito con comentarios y sugerencias sobre los fallos apreciados o mejoras sugeridas y un dictamen sobre la publicabilidad o no del trabajo. Si el dictamen de los revisores difiere, se complica el proceso. Si no es rechazado, el manuscrito reelaborado puede ser sometido a una segunda vuelta hasta su aceptación definitiva. Aunque las revistas científicas se han profesionalizado, los revisores, conocidos como pares, es decir, equiparables a los científicos firmantes del trabajo, siguen siendo enseñantes o investigadores y tienen que compatibilizar sus propias tareas con las revisiones que les caen del cielo, y por las que no perciben remuneración, así que rara vez pueden despacharlas inmediatamente. Eso si no pertenecen a un grupo de investigación que compita por la misma primicia científica. Una vez aceptado definitivamente (se rechazan casi dos de cada tres trabajos recibidos), se publica provisionalmente en línea para adelantar su publicación definitiva en papel. En fin, una carrera de obstáculos de fondo, con más filtros que una crema solar y que no siempre puede garantizar que no contenga fallos.
En tiempos de crisis, como la actual pandemia, las revistas médicas han acelerado el proceso, reduciendo a la mitad el tiempo de publicación de los artículos relacionados con el covid-19. Era necesario incrementar el conocimiento científico sobre esta gran amenaza desconocida y se publicó mucho y más rápido, lo que redujo el nivel de exigencia y se colaron trabajos desprovistos del rigor necesario. Algunos fueron retirados tras su publicación, sobre todo en los primeros meses de alarma. En abril de 2021, una base de datos contaba con casi 400.000 documentos sobre el covid. No todos eran publicaciones científicas: había informes, adelantos, resultados preliminares… Una parte estaba en plataformas de prepublicación a las que se pueden subir libremente, sin filtros de garantía, los trabajos antes de ser sometidos a una publicación por pares. Con frecuencia los periodistas, acuciados por la vorágine informativa, acuden a estas plataformas confundiéndolas con las publicaciones formales y adelantan resultados sin las debidas precauciones.
Tampoco la revisión por pares impide los errores, sobre todo manipulaciones fraudulentas que acaban siendo retiradas por la propia revista. Pero es difícil que perdure un fraude científico, como el caso de la hidroxicloroquina, un fármaco contra la malaria con 40 años de existencia que Donald Trump declaró tomar para prevenir el covid-19, cuando la Agencia del Medicamento de EE UU lo había desaconsejado para este uso. En marzo de 2020 se subió a una plataforma de prepublicación un trabajo que aseguraba que este fármaco era peligroso para pacientes de covid. Tras superar sus filtros de calidad, la revista ‘The Lancet’ publicó el trabajo el 22 de mayo. El artículo se basaba en los datos de una empresa dedicada al análisis de datos médicos, que no procedían de un ensayo controlado, que habría llevado mucho tiempo, sino de la recopilación sobre 96.000 pacientes de covid, de 671 hospitales de todo el mundo (la base de datos mayor y más sofisticada del mundo, según la empresa). Dos días después sus resultados empezaron a ser cuestionados por otros científicos en las redes sociales, porque contradecían datos presentados por la empresa en otros trabajos y dos periódicos no lograron localizar ningún hospital que hubiese contribuido a esa base de datos. El 28 de mayo, más de cien investigadores cuestionaron el estudio en una carta abierta a ‘The Lancet’ señalando diez serias dudas sobre el origen de los datos. El 30 de mayo la revista publicó una nota en que los autores corrigieron algunos desajustes, aunque no cambiaron los resultados; el 2 de junio se publicó otra nota alertando de las dudas y el día 4 se retiró el trabajo, arruinado por la codicia de la empresa. La ciencia se basa en la confianza y credibilidad de los científicos, por eso infringir tales principios supone uno de los más graves y vergonzosos atentados. En un asunto sobre la retirada de un artículo en el que participé tardamos casi dos años en conseguirlo, en este caso solo pasaron 13 días.
Esta historia se puede contar como un fallo clamoroso de la ciencia o como ejemplo de lo difícil que es engañar a los científicos. Algunos hacen hincapié en lo primero, yo prefiero hacerlo en lo segundo. No es tan fácil manipular la ciencia.