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Carlos Ignacio Nores Quesada

Alguien tiene que decirlo

La obra y su autor

Puede que la libertad absoluta que uno reclama para lograr algo importante devore a los convivientes, o que la dedicación absoluta para crecer personalmente vampirice al entorno. Abundan las historias inconfesables de grandes personajes

Durante una tertulia de terraza en un bar de Gijón, un amigo comentó: «Todos los que hicieron grandes cosas por la humanidad fueron unos hijos de puta en su vida privada». Puede que la libertad absoluta que uno reclama para lograr algo importante devore a los convivientes o tal vez la dedicación absoluta para crecer personalmente vampirice al entorno. Lo cierto es que abundan las historias inconfesables de grandes personajes con basura bajo la alfombra. Algunos han sido motivo de escándalo, mientras que otros sobrellevan con más discreción el lastre, bien porque su fama liberadora les hace intocables para el colectivo que marca el paso o porque sus miserias no han sido bastante ventiladas.

¿El ejemplo vital del autor condiciona la dimensión de su obra?
Todos recordamos que Orson Scott Card fue vetado por varios participantes en el Festival Celsius 232 por su actitud homófoba. La organización se defendió asegurando que los autores son invitados exclusivamente por su obra y que «nunca se han aplicado motivos extraliterarios ni para traer ni para descartar a nadie». Finalmente no fue a Avilés con la excusa del covid.

¿Qué decir de Roman Polanski, que no se haya dicho?
Tampoco el gusto por las emociones fuertes, la provocación y la transgresión del rock & roll hace menos responsable a Chuck Berry, que fue juzgado dos veces por tener relaciones sexuales con dos menores de 16 y 14 años. Resultó absuelto del primer caso porque ambos declararon que las relaciones fueron consentidas, algo que no quedó suficientemente claro en el segundo. Fue condenado por un juez blanco, que hizo comentarios racistas durante el juicio, en virtud de una ley que castigaba las relaciones sexuales entre blancos y negros (la niña, india apache, no era ‘blanca’ ni ‘negra’). A pesar de que declaró haber sido violada catorce veces en tres semanas, lo único que se pudo demostrar y por lo que Berry fue condenado resultó ser por «transportar a una menor de edad a través de la fronteras estatales con fines inmorales». Con todo, su reputación como rockero no menguó un ápice. ¿Tal vez sabiendo eso nunca más deberíamos escuchar ‘Sweet Little Sixteen’? Porque estas cosas no solo las hacen los príncipes ingleses. Podemos dar crédito a quien queramos: a un cineasta, a un músico, a un príncipe o a las chicas, pero no conviene cambiar de vara de medir según nuestros prejuicios.

Con frecuencia se ha hablado de la influencia protectora y ensombrecedora de Auguste Rodin sobre Camille Claudel, pero se recuerda menos la relación tóxica de Picasso con la pintora Françoise Gilot durante 10 años, a la que quiso impedir que se dedicase a crear su obra porque tenía que ocuparse de sus hijos, mientras él reclamaba para sí la libertad creadora que necesitaba para hacer la suya. «El amor es el mejor tónico de la vida», dijo Picasso, y el alimento de su libertad creadora, pero sus mujeres, cada vez que eran engañadas y abandonadas para mantener viva la llama del amor solapando amantes e hijos de los que poco se preocupó, opinaban de modo diferente. El dolor por el sufrimiento humano y la empatía que refleja el ‘Guernica’ parece más dedicado al exterior que a su laxa familia.

Pero esto parece un juego de niños si tenemos en cuenta que Pablo Neruda abandonó a su esposa Maryka Hagenaar y a su hija Malva Marina, que padecía de hidrocefalia, cuando tenía dos años de edad. Ha persistido el recuerdo de sus esfuerzos humanitarios por ayudar en el exilio a los dirigentes republicanos españoles, su obra literaria y su premio Nobel. Durante décadas consiguió ocultar una historia para él vergonzosa y vergonzante, ignorando las cartas de su mujer reclamándole la pensión. Tal vez a eso se refería cuando escribió ‘Me gustas cuando callas porque estás como ausente’. Prefirió proteger a sus iguales que criar una hija discapacitada, resultaba más sencillo o más rentable redimir a los proletarios del mundo entero que ocuparse de una sola niña, su hija. Mejor escribir un emotivo ‘Canto a las madres de los milicianos muertos’ un mes antes de abandonar a su mujer, de la que ni siquiera se divorció, que aplicar el humanismo doméstico. Refugiadas ambas en Holanda, justo antes de la invasión alemana, el poeta no quiso facilitar su repatriación a Chile. Ni contestó el telegrama que le anunció la muerte de Malva en la Holanda ocupada.

No es el único caso de un gran hombre para el que los hijos representaron un estorbo en la culminación de su obra de salvación de la humanidad. Jean-Jacques Rousseau, que escribió ‘El Emilio’ o ‘De la educación’, reconoció haber enviado al hospicio a sus cinco hijos según fueron naciendo. Al parecer se justificó diciendo que lo hizo para evitar que sus hijos fueran pervertidos por la vida social en la que él mismo se hallaba inmerso. ¿Debemos por ello censurar su ‘Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres’ o ‘El contrato social’?

Los creadores necesitan ser libres y tener experiencias vitales intensas, por eso no es raro que reivindiquen la libertad por encima de todo y tengan un puntito libertario, más o menos acusado. Evocando grandes principios, se supeditan los medios a los fines, pero el arte es el arte y la vida es… otra cosa. Y es que nadie es un gran hombre para su ayuda de cámara, que lo ve en calzoncillos cotidianamente.

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Sobre el autor

Profesor de la Universidad de Oviedo; zoólogo y por tanto observador de la vida en sus múltiples variantes


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