‘Es’ una gata. Una gata atrapada en un cuerpo de mujer. Para ella es un asunto de lo más serio. Nadie tiene por qué decirle qué tiene que ser y ningún padre, amigo, psiquiatra o juez tiene derecho a cuestionarlo.
Charlando sobre la problemática de género, unos conocidos me contaron la historia sorprendente de una compañera de gimnasio de su hija. Se viste con cola de gata y orejas de gata, no porque quiera parecer una gata sino porque ‘es’ una gata. Una gata atrapada en un cuerpo de mujer. No es ninguna broma, para ella es un asunto de lo más serio. Nadie tiene por qué decirle qué tiene que ser. Si desde su interior más profundo se ve a sí misma como una gata ¿quién tiene derecho desde afuera a decir que no es así? Es lo que siente que es y ningún padre, amigo, psiquiatra o juez tiene derecho a cuestionarlo. El simple hecho de sugerir que un psiquiatra tal vez podría ayudarla constituiría un insulto, un intento de estigmatización social. Tampoco creo que sirva de mucho decirle que los gatos (todavía) no van a los gimnasios, ni leen los periódicos, ni se ganan la vida, salvo cazando ratones y pajaritos.
Pensé que esta historia era excepcional, pero resulta que no. Melynda Moon, una canadiense que cree haber sido un hada en una vida anterior, transformó las orejas para hacerlas puntiagudas, lo que le hace sentirse más cerca de la naturaleza y a la vez más sobrenatural. Pero esto no es nada si lo comparamos con la historia de Richard Hernández, un bancario tejano enamorado de las serpientes que ya no cumple los 60. Se gastó unos 75.000 dólares para convertirse en Tiamat, un ser reptiliano, quitándose las orejas y parte de la nariz, cortando la lengua para hacerla bífida, eliminando los incisivos superiores para poder sacar su hendida lengua entre los colmillos, implantándose 18 pequeños cuernos cefálicos, añadiéndose unas garras en los dedos y tatuándose escamas en la piel. Espera que en 2025 pueda culminar su deseo, que pasa por la castración y la faloctomía (extirpación del pene), para conseguir un suelo pélvico liso como el de una serpiente. No ha tenido problemas para cambiar su nombre, pero ha resultado más complicado que le autoricen a cambiar el certificado de nacimiento con el que no se identifica para convertirse en el primer ‘dragón humano sin género’, después de haber sufrido tanta crueldad e incomprensión por parte de los humanos. Ha manifestado que «esta es mi vida y haré las cosas a mi manera, y continuaré marchando al ritmo de mi propio tambor».
Un japonés cuyo alias en Twitter es Toko siempre quiso ser un animal, concretamente un perro. No llegó a operarse para equipararse a las mascotas que tanto ama. Eligió gastarse su dinero en encargar un, no sé cómo llamarlo, que le dé un aspecto perruno. Llamarlo disfraz le parecerá una ofensa imperdonable, así que vamos a llamarlo sobretodo, porque un traje tampoco es. El caso es que encargó tal sobretodo a una empresa de efectos especiales para el cine, con el fin de conseguir un hermoso terno de collie que realmente da el pego. El principal problema, reconoce, es que si está mucho tiempo moviéndose a cuatro patas se cansa y sus movimientos caninos pierden naturalidad. No sé si esto supone reconocer que aunque le gustaría ser un perro, se ha limitado a parecerlo, puesto que no debe llevar encina su ‘lo-que-sea’ de forma continua. Entiendo que hay una gran diferencia entre ser como un perro y ‘ser’ un perro. No es el único: también el británico Tom Peters considera que es un dálmata y quiere ser reconocido como ‘el primer humano que se convirtió en perro’. Como nombre sentido ha elegido el de Spot y prefiere la comida para perros a la comida para humanos. Simplemente en esta faceta de su personalidad se siente más feliz, más identificado consigo mismo. Manel de Aguas, veinteañero barcelonés, se considera un pez y recurrió a la cirugía transespecie en Tokio. Aquí no pudo. Hay más casos y si creen que me lo invento compruébenlo en internet.
Todos se consideran un ejemplo para los demás y hacen apología de su forma de sentir para visibilizar su problema. Se encuentran atrapados en el cuerpo que la naturaleza les dio, eso les hace infelices e incomprendidos y buscan la liberación en el cuerpo de otra especie que consideran más digna que la humana. Todos acuden a los medios de información y a las redes sociales pretendiendo ser los primeros transespecie de la historia, pero ya hay una cola cada vez más larga.
Decimos que cuando un científico resuelve un problema intrincado descubre todo un conjunto de problemas nuevos. Tal vez suceda lo mismo cuando se frivoliza con la temática trans, un problema de sufrimiento real que hay que abordar, cuya presente sobreesposición no parece la mejor estrategia para vindicar a los que lo sufrieron en el pasado y aún lo hacen ahora. Se trata de eliminar el sufrimiento, no de introducir a los adolescentes en un viaje sin retorno carente de las debidas garantías. Si pensamos que la única forma de paliar el sufrimiento personal es mediante una escalada de reafirmación en vez de buscar ayuda externa para resolver los problemas de fondo, puede que aceleremos la catástrofe que queremos evitar. ¿Sufren más los transgénero que los transespecie? ¿De verdad es esa la mejor solución a sus problemas?
Dudo que la modernidad sea esto. Solo espero que la gata del gimnasio no se encuentre por la calle con una amiga del control humanitario de las colonias felinas que opte por castrarla sin su consentimiento.