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Carlos Ignacio Nores Quesada

Alguien tiene que decirlo

Donna, donna

La canción de Joan Baez llama a rebelarse contra el destino que parece determinar nuestro futuro. La metáfora se interpretó como una referencia al Holocausto a pesar de que se escribió antes de la llegada de los nazis al poder en Alemania

Seguro que muchos maduritos entrados en años conocen aquella hermosa canción que Joan Baez cantaba a mediados de los 60. En su melódica voz sonaba suave, sosegada y evocadora. La mayor parte no teníamos ni idea de lo que decía su letra, pero nos bastaba su música y su pegadizo estribillo para tararearla.

La canción procede de ‘Esterke’, una obra de teatro judía escrita en yiddish, la lengua de los judíos centroeuropeos, publicada en 1932 y estrenada en Estados Unidos en 1941. Esterke (Ester) fue una heroína legendaria de los judíos polacos, amante de un rey de Polonia, que consiguió que su pueblo fuese invitado por el soberano a disfrutar de privilegios y libertades para favorecer el desarrollo cultural y económico de su país. Por su origen judío-polaco fue entendida de muchas maneras, entre ellas, como una referencia al Holocausto, pero también sirvió para abanderar la lucha por los derechos civiles de la minoría negra en Estados Unidos, y en ese sentido Joan Baez la cantó y la grabó.

El texto de la versión en inglés, la que fue popularizada en todo el mundo, cuenta como un ternero, que iba dirigido al matadero, añora ser libre y poder volar como una golondrina que vio surcando el cielo, para liberarse de su triste destino. El granjero corta de raíz tales ensoñaciones diciéndole: «Quién te mandó ser un ternero y no tener alas para poder volar» y concluye: «los terneros son fácilmente atados y sacrificados, sin saber la razón, pero quien atesora la libertad, como la golondrina, ha aprendido a volar». No es extraño que fuese mal vista por las dictaduras, incluso prohibida en ocasiones por llamar a rebelarse contra el destino que parece determinar nuestro futuro.

La metáfora del ternero conducido al matadero ‘sin conocer la razón’ se interpretó como una referencia al Holocausto, en el cual fueron masacrados millones de judíos, a pesar de que se escribió antes de que los nazis llegasen al poder en Alemania. En los primeros años 30 los judíos ya habían sido perseguidos muchas veces por el mero hecho de serlo. Los progromos, linchamientos multitudinarios, fueron sucesos recurrentes durante siglos en toda Europa y recrudecidos en las décadas de tránsito del siglo XIX al XX. Sea como fuere, la sombra del Holocausto quedó proyectada sobre la canción y sobre muchas creaciones de la posguerra en los años 50 y 60. Los principales activistas de la canción protesta incluyeron canciones judías en su repertorio, como Tzena, Tzena, Shalom chaverim o Hava nagila, que en España cantó hasta Raphael. En este contexto conocimos ‘Donna, donna’ en 1964. Se trataba de recordar lo que todo el mundo ya sabía y conjurar la mala conciencia de Occidente tras la resaca de la Segunda Guerra Mundial y los horrores nazis, para desmarcarse de la responsabilidad del antisemitismo que los no fascistas pudieran conservar en algún oscuro rincón de su memoria. No solo esto, muchos de los judíos americanos estuvieron durante los años previos a la Guerra Fría en la esfera de influencia del Partido Comunista de Estados Unidos y sufrieron la represión del macartismo, como nos cuenta la oscarizada película ‘Oppenheimer’. El influyente lobby judío estadounidense era mayoritariamente progresista y apoyar a los judíos y al estado de Israel parecía entonces una obligación moral de cualquier persona con mentalidad avanzada. Con el Holocausto en el subconsciente, las canciones de origen judío se convirtieron en un símbolo de la paz y en himnos a favor de la vida, la igualdad y los derechos civiles.

Bajo un estado de opinión mundial favorable, los sionistas consiguieron un estado propio a sangre y fuego. Los que hayan visto la superproducción de Hollywood ‘Éxodo’, dirigida por Otto Preminger, la recordarán como un western desarrollado en Palestina, en el que había malos en el bando de los buenos y buenos en el bando de los malos y contaba una historia sobre el nacimiento de Israel. La película tenía un final esperanzador, porque terminaba justo antes de que los buenos deseos se torcieran para siempre y alteraba la realidad con retoques que la adecuaban a lo que entonces se consideraba políticamente correcto. Hasta Tintín sufrió la censura de lo políticamente correcto. En la primera versión de ‘Tintín en el país del oro negro’, el protagonista, al ser confundido con un militante sionista, es detenido por las autoridades británicas y rescatado por un grupo activista judío, pero en una segunda versión publicada casi 20 años después, es detenido por la policía palestina y liberado por el jefe de unos insurrectos árabes, exonerando a británicos y judíos de cualquier responsabilidad moral en la trama.

Como vemos, la servidumbre de lo políticamente correcto cambia de generación en generación y se vuelve contradictoria. Suele suceder cuando los mensajes se simplifican reduciéndolos a consignas. Como el ternero de la canción, los israelíes han adquirido alas y se las han puesto a sus drones y aviones de combate. Han aprendido a usarlas, pero la libertad que les ha proporcionado la han utilizado para masacrar a otro pueblo que ha sumado al desprecio por la vida de los que se supone son los suyos, la despiadada y desmedida respuesta de los terneros reconvertidos en halcones, que no en golondrinas. ¿Acabarán prohibiendo ‘Donna, donna’ en Israel?

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Sobre el autor

Profesor de la Universidad de Oviedo; zoólogo y por tanto observador de la vida en sus múltiples variantes


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