Lo que me llamó la atención de Berlín es que la gente no paseaba perros, paseaba niños. Y los pocos perros que vi, pobrecitos, iban solos
Querida Perdita: Esta Semana Santa estuve en Berlín y todavía no me he recuperado de la impresión. Siempre había oído decir que los alemanes eran gente muy adelantada, tanto en lo tecnológico como en lo social. Y gente muy seria y metódica. No sé cómo andarán de adelantos tecnológicos, pero en lo social y en la conciencia ciudadana vuelvo con muchas dudas.
Lo que más me llamó la atención fue ver tan pocos perros por la calle. La gente no paseaba perros, paseaba niños. Y los pocos perros que vi, pobrecitos, iban solos. Bueno, quiero decir que iban con su dueño y éste no llevaba otro perro para que jugaran los dos, que, si no, se aburren, los pobres. Es cierto que tienen a su amo, perdón, a su compañero humano, pero no es lo mismo. Los perros necesitan a sus iguales para sentirse realmente acompañados y su amor por los humanos no les compensa. Yo creo que no son como nosotros, que tratamos de combatir la soledad con cualquier cosa que parezca un compañero. No hay más que ver lo nerviosos que se ponen cuando ven por la calle a otro perro y tiran de la correa con fuerza y ladran alegremente para ir a jugar con él o para contarse sus chismes, que son muy inteligentes. Por lo menos el mío.
Pues, no. Allí había tan pocos perros por la calle que pocas veces encontrarían un igual. Además, sólo vi uno que fuese en brazos, pero lo llevaban cruzando un semáforo, así que a lo peor lo devolvieron al suelo en cuanto cruzó la calle. ¿Te acuerdas cuando la gente compraba un perro para obligarse a sacarlo y hacer ejercicio? Menos mal que esos tiempos han pasado, al menos aquí, porque allí no lo parece. Desde luego, aquí hemos acabado con la esclavitud de los perros, ya no son instrumentos de los que nos servimos para satisfacer nuestros caprichos, ni nuestras necesidades, sino que son nuestros compañeros, nuestros iguales, o nuestros parecidos, y a ese punto no parecen haber llegado los berlineses. Fíjate si estarán atrasados. Porque los perritos seguro que prefieren ir colgados de las mochilitas o en un carrito, porque son como niños remolones, que andan pidiendo ir en cuello en cuanto los pones en el suelo.
Hablando de carritos: también me llamó la atención que hubiese bastantes. Unos empujados a mano, otros enganchados en una bicicleta, pero no llevan perros, no. Ni te lo puedes imaginar, ¡llevaban niños! ¡Niños en los carritos de los perros! ¡No vi ni un solo perro en una silla con ruedas! Había carritos grandes, como corralitos rodantes, donde un bebé retozaba mientras lo paseaban. Otros, más pequeños, eran como una amplia cesta donde la criatura parecía tan satisfecha como nuestros chuchis cuando los sacamos de paseo. Primero me indignó, pero luego lo pensé mejor. Si allí tratan tan bien a los niños como nosotros tratamos a nuestros perros, igual no son tan malos ni tan torpes.
Tampoco vi tiendas de ropa. Ropa de perros, digo. Allí los perros iban completamente desnudos. Con el frío que debe hacer en invierno. Menos mal que aquí hemos logrado salvar a los perros de la intemperie a la que antes los habíamos obligado. Dicen que el perro lleva con el hombre veinte mil años o así. ¡Qué horror! ¡El frío que habrán pasado todo ese tiempo! ¡Y la humedad! Mojándose cuando llueve, los pobres. Qué inhumanos hemos sido los humanos durante tanto tiempo. Ah, tampoco he visto ninguno de esos graciosos moñitos que les ponemos sobre la cabeza a los amigos peludos, atados con una gomita, para que los pelos no les caigan delante de los ojos. Aunque claro, si no es una perrita y es un macho, igual le da vergüenza y se altera.
Como por la calle había tantos niños pequeños, me acordé de una película de los ingleses aquellos que hacían películas tontas preguntando qué habían hecho por nosotros los romanos y cosas así, ‘El sentido de la vida’, creo que se llamaba. En ella un matrimonio inglés se preguntaba por qué los católicos tenían tantos hijos. Pues los berlineses serían protestantes, porque Lutero era alemán. Ahora que lo pienso, también hubo un papa alemán, hace poco. A ver si los católicos son ellos y nosotros… Bueno, que me lío. Igual era un papa protestante, porque nosotros siempre fuimos más católicos que ellos. Pues no faltaba más. Pero se veían más niños que aquí por la calle. No sé…
Todavía lo entiendo menos porque me dijeron que la primera ley contra el maltrato animal, que podía enviar a la cárcel a quien maltratara a un animal doméstico, la hicieron los alemanes en los años 30. Incluso me contaron que un famoso filósofo se volvió loco, o se murió o no sé qué, cuando vio que un cochero maltrataba a su caballo con un látigo. ¿Te imaginas? Antes estos alemanes parecían más humanos que los de ahora. No había más que ver a aquel señor que mandaba tanto, con su bigotito como de Charlot, acariciando con cariño a su perra, que era una monada. Como dicen que una persona que ama a los animales no puede tratar mal a las personas, que también son seres sintientes, vete tú a saber si no se han inventado todo.
Bueno, te dejo, que cada vez entiendo menos este mundo que nos ha tocado vivir. Un beso: Kino.
Dedicado a la memoria de Jonathan Swift, autor de Los viajes de Gulliver.