Impresiona recorrer el siglo XX de Berlín a través de sus obras de arte, las experimentales y las otras, como nos muestran sus museos y los murales de la calle
Un amigo me recomendó que si iba a Berlín pasase por la Nueva Galería Nacional, donde una exposición permitía comprender en una sola visita la historia alemana. En efecto, tuve la ocasión de ver la exposición ‘La prueba de la tortura. Arte entre política y sociedad’ que repasa el estado artístico, anímico, político y social de ambas Alemanias, con guiños a Europa y Estados Unidos usando obras realizadas entre 1945 y 2000. Creo que gracias al consejo de mi amigo entendí varias cosas.
Al salir del museo recordé una película que había visto hace pocos años, titulada en España ‘La sombra del pasado’, cuyo título original era ‘Werk ohne Autor’ (Obra sin autor). Entonces me fijé más en el thriller que representaba la historia de los que se las ingeniaron para pasar de la adhesión inquebrantable al régimen nazi en el Reich a prosperar a la sombra del régimen comunista de la República Democrática Alemana para finalmente convertirse en honorables demócratas en la República Federal. Pero ahora recordé otro nivel que representaba la película, contrastando la visión del arte, supeditada al ojo vigilante del partido que controlaba Alemania Oriental, frente a la libertad creativa imperante en Alemania Occidental. El protagonista de la película despierta su vocación artística visitando en su infancia una exposición de ‘Arte Degenerado’, poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. No obstante, se ve obligado a formarse como artista en el territorio controlado por la Unión Soviética, realizando murales de Realismo Socialista en el que obreros, agricultores, estudiantes y científicos trabajan solidariamente en una feliz apoteosis que deben a la acertada política de sus dirigentes. Pero el protagonista no está contento con su prometedora carrera y anhela un arte ahora condenado por ser burgués y capitalista, al anteponer la subjetividad creadora del artista a la propaganda del partido. Así, acaba escapándose a la República Federal de Alemania, donde queda deslumbrado por el arte de vanguardia que se estaba realizando en esa parte del país. Vuelve a empezar desde cero para desarrollar una obra personal, sin la tutela del Estado, que, por su técnica mezcla elementos ajenos mediante el collage, la fotografía y la distorsión pictórica, para hibridar una obra sin autor definido.
No sé qué dicen los manuales de Historia del Arte, pero en aquel momento comprendí que no era de extrañar que el arte contemporáneo alemán, particularmente difícil de comprender, experimental entre las vanguardias experimentales, fuese una reacción al encorsetamiento ideológico de dos generaciones de artistas reprimidas por dos regímenes totalitarios sucesivos; el nazi y el comunista y que la nueva generación necesitara expresarse libremente. Tras encadenar dos borracheras dictatoriales consecutivas, la libertad creadora del autor era lo más importante, más aún que el resultado.
Luego me enteré de que la película estaba inspirada en Gerhard Richter, un pintor alemán que en líneas generales había tenido una vida similar. A Richter no le gustó esa especie de biografía apócrifa, porque consideró que deformaba su propia historia. Pero es lo que tienen las películas ‘basadas en hechos reales’. Se basan en ellos, pero no los representan, porque son obras creativas y no documentales, en las que importa más la libertad de creación y el desarrollo de la acción dramática que la fidelidad a los hechos en los que se inspira. Lo más curioso es que en el mismo museo había también una exposición sobre Richter titulada ‘100 obras para Berlín’ en la que el autor exponía obras inspiradas en el Holocausto que iban desde la caída del muro hasta la actualidad. No es casualidad esta vinculación entre las exposiciones, la película y la historia, ya que como señaló un crítico «La obra de Gerhard Richter es impensable sin la historia de Alemania». Las tres no eran más que caras de la misma moneda. Y si una moneda no puede tener más que dos caras, la tercera tiene canto.
Impresiona recorrer el siglo XX de Berlín a través de sus obras de arte, las experimentales y las otras, como nos muestran sus museos y los murales de la calle. Es impresionante porque vemos en ellas reflejada nuestra propia historia. En 1953 el gobierno de Alemania Oriental, incapaz de alcanzar los logros de sus hermanastros occidentales, exigió a la población que redoblase su trabajo para recuperar la confianza del gobierno porque si no se conseguían los objetivos se reducirían los salarios. El resultado: la primera y única huelga contra un régimen que presumía de abanderar la justicia social y mimar a la clase trabajadora. Los obreros marcharon hacia la Casa de los Ministerios en la que un año ante se había inaugurado un enorme mural, titulado ‘La construcción de la República’. En este mural todavía pueden verse obreros, campesinos, ingenieros y jóvenes que se manifestaban sonrientes al son de la música para agradecer los esfuerzos del gobierno por procurarles un feliz y brillante futuro. La huelga fue reprimida por los tanques soviéticos y varios manifestantes fueron abatidos por la Policía del Pueblo allí mismo. Bertolt Brecht escribió un poema en el que proponía una solución rápida y sencilla al problema razonando: «El pueblo perdió la confianza del Gobierno / y solo podría recuperarla redoblando su trabajo. / ¿No sería / Más fácil para el Gobierno / disolver al pueblo / y elegir otro?». Aunque Brecht expresó su solidaridad con el partido comunista alemán tras los acontecimientos, no publicó su poema hasta seis años más tarde, eso sí en Alemania Occidental, por si acaso.