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Carlos Ignacio Nores Quesada

Alguien tiene que decirlo

La ira es el motor (1): dos estudios turbadores

Volvemos a instaurar una nueva Edad de Oro de la censura porque, en un mundo dominado por la ira, la única libertad de expresión que reconocemos es la propia y alabamos la diversidad mientras rechazamos cualquier idea que no sea la nuestra.

He conocido un par de estudios que, aunque obtienen conclusiones que parece obvias, su lectura conjunta eriza el pelo del colodrillo.

El primero fue realizado por una universidad noruega y publicado en la revista ‘Global Environmental Change’. Aseguraba que la ira era el principal movilizador social, especialmente de la acción climática, más que el miedo (que suele fomentar la ira), la injusticia, la responsabilidad o la esperanza. Aunque esta sería una movilización para un noble objetivo, acababa reconociendo que la iracundia era el sistema ideal para captar adeptos y movilizarlos para cualquier causa.

El segundo, publicado en ‘Nature Human Behaviour’, fue realizado sobre 35 millones de publicaciones en Facebook y comprobó que el 75% de las personas que comparten noticias no las han leído y eso contribuye a la desinformación. Los contenidos políticos extremos y alineados con el usuario eran más compartidos sin lectura previa y este comportamiento estaba más marcado en los usuarios conservadores (77%) que en los progresistas (14%), mientras que los políticamente más neutrales eran menos propensos a hacer correr la información sin conocer su contenido. Confirma que la indignación es una fábrica de bulos y se utiliza a favor, para amplificar las narrativas.

Que la ira es el motor ideal de las movilizaciones está claro. Pero que es tan peligrosa como un mono con una ametralladora, también. La ametralladora es la ira y el mono el que difunde las noticias irascibles. Lejos quedan los tiempos en los que se pensaba que las redes sociales democratizarían la información. Las consignas de Elon Musk ‘vosotros sois los medios’ y ‘envía el link de X a tus amigos para que se enteren de la verdad’ dan pavor sabiendo que el 75% de los que lo hacen no saben lo que hacen.

Es peligroso abusar de ese motor para defender cualquier causa pretendidamente justa, porque legalidad y justicia no significan lo mismo para todo el mundo. La ira parece justificarse cuando se convierte en el último recurso ante un mundo que, lejos de mostrarse razonable, parece encaminarse al desastre. Se convierte así en la excusa ideal para justificar la supremacía moral y la desmesura y eso suscita adhesiones inmediatas, crea sentimiento de grupo, pero también genera resistencias, opiniones y movimientos opuestos, por los excesos y los errores que cometen los iracundos. Porque la ira unifica al grupo, pero divide la sociedad. Provoca rechazo e impide que posturas alejadas puedan encontrar un punto común por el que trabajar en la misma dirección. Unos no entienden por qué la sociedad no secunda masivamente sus justas y necesarias reivindicaciones y otros no comprenden por qué las ideas demoledoras dominan la sociedad opinante, cuando son tan poco aceptadas por su base. Los estudios psicológicos han demostrado que el miedo aumenta el impacto de la información. Es tan antiguo como el viejo aforismo ‘Good news are no news’, es decir, que las buenas noticias no son noticias. El mensaje dominante es que todo funciona mal, porque se destacan los problemas y se velan los logros. Se recurre antes a la opinión de un ‘youtuber’, porque es más asequible y da más juego, que a la de un profesional conocedor del problema. La ira es el motor y necesita gasolina para que no se detenga. Como resulta difícil detectar los verdaderos asuntos que nos complican la vida y mucho más complicado abordarlos y resolverlos, suele preferirse recurrir a tópicos, como visibilizar problemas que a estas alturas ya resultan sobreexpuestos, o empecinarse en soluciones ideológicas para enfrentarnos a un enemigo nebuloso en vez de buscar soluciones prácticas. Por poner un ejemplo: nos resulta más fácil indignarnos porque las estudiantes universitarias no elijan carreras STEM (ciencia-tecnología-ingeniería-matemáticas) y echar la culpa al patriarcado, que buscar la causa por la que, en los últimos años, cuanto más se visibiliza este problema menos chicas eligen estos estudios. Sentirnos airados nos tranquiliza la conciencia, pero no nos resuelve el asunto.

El estudio realizado sobre Facebook demuestra que los iracundos arrastran más gente que los comedidos, pero cuando las emociones pasan en tropel por encima de los hechos la corriente puede llevarnos a cualquier parte, salvo donde queremos ir. La ira nubla nuestra capacidad de razonar. Así, nos hace correr tras un eslogan, con frecuencia contradictorio, o buscar airadamente un chivo expiatorio antes que trabajar en un arreglo arduo y a veces impopular. Los inmigrantes, las farmacéuticas, el capitalismo, las vacunas, las pandemias, Europa, el sentimiento de culpa por ser humanos, el contubernio judeo-masónico. ¡Elija su enemigo, según en qué lado de la barricada esté! ¡Enfádese porque se va muy despacio o porque se corre demasiado! Fomentar las emociones produce habituación y la habituación hastío, y para superar el hastío hay que recurrir al superestímulo si se quiere estar ahí, en primera línea, y eso nos lleva a una carrera armamentística moral que nos hace perder la relación con la realidad y convierte la depuración política en una necesidad. Por eso nos volvemos tan cainitas, porque anteponemos la pureza de nuestros ideales al acuerdo con quienes piensan parecido, pero no igual, y eso nos hace perder fuerza. Volvemos a instaurar una nueva Edad de Oro de la censura porque en un mundo dominado por la ira la única libertad de expresión que reconocemos es la propia y alabamos la diversidad mientras rechazamos cualquier idea que no sea la nuestra. Como decía Alaska, antes sabías quién era la censura y podías hasta negociar con ella, ahora no.

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Sobre el autor

Profesor de la Universidad de Oviedo; zoólogo y por tanto observador de la vida en sus múltiples variantes


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