El pesimismo reiterado puede ser desalentador y hace que la gente se entregue y no haga los esfuerzos necesarios para retrasarlo todo lo posible, a ver si mientras se encuentra alguna solución.
Se reiteran tanto las malas noticias sobre el cambio climático y, en estos tiempos caniculares, sobre el calentamiento, que dar buenas noticias es casi una obligación moral. El pesimismo reiterado puede ser desalentador y hace que la gente se entregue y no haga los esfuerzos necesarios para retrasarlo todo lo posible, a ver si mientras se encuentra alguna solución.
Una de sus consecuencias es la pérdida de biodiversidad. Especies que se extinguen o se trasladan a otras latitudes tratando de mantenerse en su óptimo climático o, al menos, huyendo de su pésimo. En el Viejo Mundo la tectónica de placas no nos ha hecho, en este sentido, ningún favor. A diferencia de lo que sucede en América, donde las grandes cordilleras están ordenadas de norte a sur, aquí están ordenadas de este a oeste, de manera que la huida hacia los polos buscando un clima más adecuado no es posible y las montañas cumplen un limitado papel de refugio. Las especies pueden ir subiendo en altitud para intentar sobreponerse al calentamiento, pero cuando se termina la montaña no hay plan B. Bajar hacia el valle para buscar otro refugio no es una opción.
Sin embargo, el otro día encontré una buena noticia que me gustaría compartir, aunque sea un poco friki de la cosa biológica. Hay una musaraña, un pequeño mamífero de menos de 10 gramos de peso, que supuestamente en el único lugar de la península Ibérica en el que se encontraba era en las cumbres más elevadas de Pirineos. Es conocida como musaraña alpina, prima más o menos lejana de otras musarañas que tenemos por abajo.
Un francés, Eugène Trutat capturó a finales del siglo XIX un único ejemplar de esta especie en el macizo de la Maladeta, el más alto de Pirineos, en la provincia de Huesca. Posteriormente, Ángel Cabrera capturó otro en el puerto de Benasque. A pesar de que Trutat fue director del Museo de Historia Natural de Toulouse y Cabrera uno de los más reputados mastozoólogos de Europa a principios del siglo XX, estas observaciones fueron puestas en duda tras la búsqueda de tan especial musaraña desde el resurgimiento de la mastozoología en los años 70, tanto por especialistas franceses como españoles. Otros pensaron que se había extinto, víctima del cambio climático, a lo largo del pasado siglo.
Tras un siglo sin saber nada de ella, por casualidad, como tantas veces sucede en la ciencia, en 2021, cayó en manos del Zoólogo checo Milos Andera un libro sobre los Mamíferos del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, publicado dos años antes y vio un par de fotos de una musaraña muy oscura y de cola muy larga. Según el libro era una especie desconocida, puesto que no respondían a las características de las otras tres especies del mismo género que viven en la cadena pirenaica. Eran de dos ejemplares capturados en 2012 y 2013, así que Andera creyó ver un animal resucitado y para asegurarse envió las fotos a otros dos colegas que, como él, estaban familiarizados con la musaraña alpina. Confirmado, la musaraña alpina no se había extinguido de Pirineos. Especuló sobre las fracasadas exploraciones suponiendo que se habían buscado en las cimas, cuando tienen su hábitat preferente en los fríos y densos bosques de montaña, por debajo de donde supuestamente mastozoólogos menos experimentados la habrían buscado, porque las musarañas del siglo XXI, se encontraron en cotas ligeramente más bajas que las de sus hermanas de los siglos anteriores. El calentamiento global aún no pudo con ellas.
Podemos hablar de otra especie, beneficiada por el calentamiento global. Aunque no lo crean, es posible. Se trata de la ballena gris. Esta especie habitaba las costas septentrionales de los océanos Atlántico y Pacifico, pero por su vulnerabilidad fue extirpada del Atlántico por sobrepesca. Podemos ver las pruebas de su existencia en nuestros mares en el museo del Faro del Cabo Torres, donde se exhibe un gran omóplato desenterrado del poblado prerromano de Noega (la primera evidencia encontrada en España) y en el Museo Marítimo de Asturias de Luanco, donde una mandíbula de más de dos metros es el resto arqueológico más reciente datado en Europa, entre los siglos XII-XIII. Su temprana extinción hizo que pasase desapercibida su existencia en los mares europeos hasta hace unos 10 años. Sin embargo, sobrevivió en el Pacífico, donde también fue intensamente perseguida y se le dio prácticamente por extinta. Su caza fue prohibida en 1949 y sus poblaciones se recuperaron hasta los más de 20.000 individuos que se estiman en la actualidad.
Pero se quedaron en su océano. No podían llegar al nuestro porque los mares glaciales helados les cortaban el paso. Sin embargo, en 2010 saltó la sorpresa. Una ballena gris había sido vista en el Mediterráneo oriental, frente a la costa israelí. Por si alguien no se lo creía se avistó semanas después frente a Barcelona. En 2021 una jovencita se paseó por las costas de Italia, Francia y España; en 2024 otra se dio una vuelta hasta Florida y lo más extraño, en 2013 una se vio en Namibia ¡en el Atlántico sur! Es probable que estos ejemplares divagantes no llegasen a retornar a su hogar Pacífico y acabasen muriendo, pero son los pioneros de una nueva esperanza. Si quisiéramos reintroducir la ballena gris en el Atlántico no sería posible capturarlas allá y soltarlas acá, pero todo parece indicar que el deshielo del norte nos permite albergar esperanzas de que regresen de forma natural. Algo es algo.