Las estadísticas nos dicen que el grueso de los votantes de los extremos del arco parlamentario no habían nacido cuando sucedió el golpe del 23-F. ¿Modernidad o inmadurez política? ¿Son conscientes de la democracia que disfrutan?
El 23 de febrero se cumplieron los 40 años del asalto al Congreso de los Diputados. Con ese motivo se hicieron reportajes especiales en las páginas de los periódicos, en las radios y las televisiones en los que protagonistas y gente corriente recordaban las circunstancias de aquel fatídico día y aquellas angustiosas horas. Mientras, un puñado de partidos rehusó conmemorar el triste acontecimiento o se resistieron a celebrar el triunfo de la democracia sobre la imposición por la fuerza.
El 60% de los que entonces no habían nacido ignoran que hubo un golpe de estado, mientras que los que tenían entonces más de 14 años lo recuerdan abrumadoramente. Esta diferencia me lleva a preguntarme si la percepción de lo que la democracia representa es un asunto generacional, y debo reconocer que me alegró que muchas de las reflexiones realizadas por los que se vieron retenidos en el Parlamento, los que protagonizaron la ‘noche de los transistores’, los que tenían una militancia política de izquierdas o simplemente sindical, estuvieran en consonancia con mis impresiones.
A modo de reflexión recurro al periodista Carlos Santos, que comparó la democracia con la salud, porque «solo cuando te falta te das cuenta de lo que supone». Así, no es de extrañar que los menores de 46 años, que no conocieron lo que es una dictadura, empleen con ligereza adjetivos tan serios como llamar fascista a cualquiera que les lleva la contraria. No llegaba a esa edad, ni de lejos, el que llamó fascista a Joan Manuel Serrat por manifestarse en contra de la declaración unilateral de independencia de Cataluña. Los mayores de 55 años saben lo que es la democracia porque han vivido una dictadura. Saben por experiencia propia lo que fue el franquismo, incluso los que no se metían en política conocían la diferencia, puesto que casi el 92% de los votantes en el referéndum apoyaron eso que algunos han llamado despectivamente el Régimen del 78.
¿Por qué degradar la democracia que tenemos en vez de protegerla y mejorarla? Voy a recordar unas frases escritas hace casi un siglo, que expresan lo poco que cambian las cosas y los peligros de olvidar la historia: «Ya no creemos en la estafa del parlamento». «Somos un partido, y tenemos que serlo en nuestra batalla contra un sistema corrupto». «No queremos impedir que el pueblo gobierne. Solo queremos luchar y establecer las únicas condiciones que puedan asegurar la vida en nuestro planeta. Una vez que lo hayamos conseguido nuestra tarea estará cumplida». «¿Puede haber paz cuando millones de personas están en la calle sin trabajo y sin comida?». «Lean las noticias de las bolsas de valores internacionales. Son los despachos de guerra desde la sede de las batallas económicas». Podía haberlas dicho Donald Trump, Nicolás Maduro, Mao Zedong o cualquiera que a Vd. se le ocurra proclive a este tipo de sentencias, pero las escribió Joseph Goebbels en 1927. Pertenecen a ‘Der Nazi-Sozi’, opúsculo usado como prueba de cargo contra cuatro camisas pardas en un juicio en el que Hitler tuvo que declarar como testigo. A pesar de definirse a sí mismo como 100% demócrata y afirmarse como dirigente de un partido democrático, a lo largo de su declaración la acusación particular logró enfrentarlo a sus contradicciones y sacarlo de sus casillas. Al día siguiente, un periódico berlinés tituló en su primera página: ‘En los juzgados de Berlín. Hitler a los jueces: Legalidad solo si es necesaria’. Es verdad que el libro de Goebbels contenía otras lindezas muy poco democráticas y nada éticas, pero entonces los nazis eran conscientes de que la mejor manera de llegar al poder absoluto que ansiaban era convencer a la mayoría de los alemanes de que ellos eran el mejor antídoto ante una democracia imperfecta, frente a unos jueces injustos, contra un capitalismo insaciable y un sistema corrupto. Dos años más tarde consiguieron ser el partido más votado. El resto es historia.
Pero volvamos al 23-F. Algunos se han referido al asalto al Congreso como un golpe de opereta, una operación ridícula, una actuación de sainete. O son muy jóvenes o no tienen memoria. He escuchado a Miguel Ríos decir que fue el día que pasó más miedo en toda su vida. Un familiar mío que daba clase particular al hijo de un sindicalista afiliado al Partido Comunista, se enteró en su casa de lo que estaba sucediendo en el Congreso, el padre salió de casa con destino desconocido y le recomendó a la profesora particular que mejor no apareciese por aquella casa para no comprometerse. Hasta Forges estuvo ilocalizable para su familia durante las horas en las que no se sabía cómo iba a terminar aquello. Cuando yo llegué a casa de mis tíos en Gijón, para que supieran que había regresado desde Oviedo sin problemas quise llamar a mis padres. Mi tío no me dejó hacerlo desde su teléfono por temor a que estuviese intervenido. Recordaba con temor lo que pasó en su casa cuando se declaró la dictadura de Primo de Ribera. No pude tranquilizar a mi familia hasta que llegué a mi casa. Eso no sucede así ni en un sainete ni en una opereta. Más bien recuerda a un drama, puesto que no acabó en tragedia.
Las estadísticas nos dicen que el grueso de los votantes de los extremos del arco parlamentario no habían nacido cuando sucedió aquel 23-F. ¿Modernidad o inmadurez política? ¿Son conscientes de la salud que tienen y de la democracia que disfrutan?