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Carlos Ignacio Nores Quesada

Alguien tiene que decirlo

Ecologismo duro y ecologismo blando

Las imaginativas campañas de Greenpeace consiguieron que los balleneros pasasen de ser considerados unos héroes capaces de enfrentarse al monstruo, a convertirse en unos villanos asesinos

En septiembre de 1978 el barco ballenero ‘IBSA I’, atracado en Corcubión, sufrió un atentado mediante una bomba lapa adosada a su casco. Aunque la tripulación dormía en el barco, no hubo heridos. Un mes antes Greenpeace había comenzado en España su práctica de abortar la persecución de las ballenas interponiendo sus lanchas entre los barcos y su presa. Un año más tarde el ‘Sea Shepherd’, un barco de la organización del mismo nombre, con la proa reforzada con 18 toneladas de cemento, abordó por tres veces al ballenero pirata ‘Sierra’ en aguas portuguesas. El ballenero sobrevivió a los boquetes, pero no a la bomba que en febrero de 1980 adosaron a su casco. Dos meses después hubo un nuevo atentado. Tres balleneros: ‘IBSA I’, ‘II’ y ‘III’ estaban amarrados en el puerto de Marín cuando a medio día una explosión entre los dos primeros les abrió sendos boquetes. Afortunadamente, no había nadie a bordo, puesto que no estaba previsto que las tripulaciones embarcasen hasta la tarde, para salir a faenar de madrugada. El ileso ‘IBSA III’ fue retirado al muelle militar cuando, una hora más tarde, una segunda explosión tuvo lugar en el ya hundido ‘IBSA II’. Todos los ojos miraron a Greenpeace, que en 48 horas negó cualquier participación en los sucesos, recalcando que esta organización «sólo utiliza procedimientos no violentos en su lucha por salvar a las ballenas», y rectificó la noticia de que Paul Watson, capitán del barco que abordó el ‘Sierra’, formara parte de su organización, negando cualquier relación con ellos, pero no dejó de interponer sus lanchas neumáticas entre el barco ballenero superviviente y sus presas.

En efecto, un año antes del primer atentado, el canadiense Paul Watson había sido expulsado de la directiva de Greenpeace prácticamente por unanimidad e inmediatamente fundó su propia organización, la Sea Shepherd Conservation Society. Watson nunca reconoció la expulsión, por el contrario, aseguró que dejó Greenpeace porque eran unos blandos incapaces de alcanzar sus auténticos fines. Su opinión sobre la objetividad es todo un compendio de posverdad. En su libro ‘Eathforce!’ escribió: «La naturaleza de los medios de comunicación hoy en día es tal que la verdad es irrelevante. Lo que es cierto y lo que es correcto para el público en general es lo que se define como verdadero y justo por los medios de comunicación de masas». En otras palabras: manipula la realidad para que parezca lo que a ti te interesa y conseguirás que los medios hagan tu trabajo.

Aunque se investigaron los atentados nunca se pudo demostrar nada, no llegó a haber ninguna acusación formal, nunca hubo juicio ni condena. Casi 40 años después, una vez prescrito el delito, Watson reconoció en su muro de Facebook que «hundí el ‘IBSA I’ e ‘IBSA II’ en Vigo, España, en 1980» y más tarde añadió: «Miro hacia atrás en las últimas cuatro décadas con mucha satisfacción por salvar las vidas de miles de ballenas de los arpones mortales».

En 1980 todo era confuso. No recuerdo que nadie condenase los atentados desde el ecologismo. Aunque recurrir a las bombas resultaba desmedido, a muchos les parecía que no era más que aplicar a los ballenicidas su propia medicina. Fui testigo del ambiente de las Primeras Xornadas Ibéricas sobre Mamíferos Mariños, que tuvieron lugar en Santiago de Compostela en el verano de 1981. Estaban organizadas por la Sociedade Galega de Historia Natural, una de las ONG más activas en contra de la caza de ballenas en España. Recuerdo los agrios debates entre los anfitriones y el equipo de la Universidad de Barcelona que estudiaba los ejemplares capturados. Los científicos defendían la necesidad de contar con datos objetivos como base para tomar decisiones y la ONG gallega los consideraba aliados del enemigo, beneficiados indirectamente de la masacre ballenera para sustentar su carrera científica. La Sociedade tampoco creía (con bastante razón por aquel entonces) que la Comisión Ballenera Internacional (CBI), organismo que regulaba la caza, hiciese mucho caso de los datos científicos. Para ellos era sospechosa de anteponer los intereses de los países explotadores a la conservación de las ballenas.

El efecto inmediato de los atentados fue que los barcos de la Armada Española dejaron de pasar por alto las actividades provocadoras de Greenpeace y apresaron al ‘Rainbow Warrior’, de donde salían las lanchas neumáticas, conduciéndolo al arsenal de El Ferrol. Estuvo cinco meses retenido, consiguiendo escapar gracias a un exceso de confianza de sus captores. El pato lo pagó el capitán general de la región marítima de Ferrol, que fue cesado, mientras la prensa daba alas al rocambolesco suceso y presionaba para que España votase en la CBI a favor de una moratoria (suspensión temporal de la caza de ballenas que luego se convirtió en definitiva). La moratoria debía aprobarse por 2/3 de los votos y España era el país que decantaba la votación de uno u otro lado. Las imaginativas campañas de Greenpeace consiguieron que los balleneros pasasen de ser considerados unos héroes capaces de enfrentarse al monstruo a convertirse en unos villanos asesinos. La captura del ‘Rainbow Warrior’ y su huida del arsenal militar dieron alas a Greenpeace y España basculó a favor de la moratoria en julio de 1982.

Algunos consideran que Paul Watson es un héroe, otros que es un liante y unos terceros tienen el corazón partío. Las ballenas están protegidas, pero sigue habiendo una pugna entre un ecologismo maximalista y otro posibilista. No olviden que Gandhi no fue asesinado por los ingleses, sino por un correligionario más nacionalista que él, cuyo nombre nadie recuerda.

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Sobre el autor

Profesor de la Universidad de Oviedo; zoólogo y por tanto observador de la vida en sus múltiples variantes


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