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Carlos Ignacio Nores Quesada

Alguien tiene que decirlo

¿Quién curó el escorbuto?

No fue hasta 1980 que un epidemiólogo de la OMS, Julián de Zulueta, dio a conocer en un artículo que, según la documentación existente en el Archivo de Indias, la Armada de Filipinas ya utilizaba a principios del siglo XVII el jarabe de limón y los agrios como parte de su dieta

El escorbuto fue una plaga causada por la falta de vitamina C en los alimentos, que durante las largas travesías mató más marineros que las guerras navales. Sus síntomas, como la hinchazón de las encías, que llegaban a cubrir los dientes, antes de que se cayesen, el sangrado y el mal olor, eran tan repulsivos que una banda de punk lo tomo como nombre y bandera.

En cualquier tratado de Medicina puede encontrarse que James Lind, cirujano escocés de un barco que participaba en el bloqueo de Francia, llevó a cabo un ensayo clínico en 1747 con 12 marineros que sufrían escorbuto, dándoles por grupos sustancias ácidas: ácido sulfúrico diluido, agua de mar, un combinado de alimentos picantes, vinagre y naranjas y limones. Al cabo de una semana, solo estos últimos mejoraron. Tras ser licenciado, publicó en 1753 un tratado sobre el escorbuto. Pasaron 42 años antes de que el Almirantazgo británico aceptase el descubrimiento e incluyese el jugo de limón añadido a la ración diaria de grog que daban a los marineros.

Sin embargo, siempre me sorprendió que en España no se conociera tal remedio, aunque fuese de forma empírica, porque eran capaces de practicar navegaciones de largo recorrido por el Pacífico un par de siglos antes del descubrimiento oficial. Más aún, a diferencia de los ingleses, tenían casi mil años de tradición de cultivo de naranjas y limones. En efecto, así había sido, pero no fue hasta 1980 que un epidemiólogo de la OMS, Julián de Zulueta, dio a conocer en un artículo que según la documentación existente en el Archivo de Indias la Armada de Filipinas ya utilizaba a principios del siglo XVII el jarabe de limón y los agrios como parte de su dieta.

Ciertamente, todo lo relativo a la navegación exploratoria era un secreto de Estado al que no se daba difusión, para impedir que las potencias enemigas tuviesen las mismas ventajas. Tal secretismo dificultó la difusión de los descubrimientos geográficos y científicos españoles y portugueses fuera de nuestras fronteras. Sin embargo, en este caso consta el tratamiento «para encarnar los dientes» publicado por el médico fray Agustín Farfán, que practicó la medicina en la Nueva España (Méjico), de donde salían y a donde regresaban las expediciones del Pacífico a lo largo de los siglos XVI y XVII. Farfán publicó en 1592 un tratado de medicina en el que se decía que «a los descuidados se los comen las enzías y se les descarnan los dientes, y se le hinchen de tova. Para quitarla, hagan esto, tomen media lima o media naranja agra, y echen sobre lo agro alumbre quemado y molido». Queda claro que ya entonces en los barcos españoles se conocía y se aplicaba un remedio contra la ‘peste de las naos’, lo que permitía no solo disminuir la mortalidad en los viajes de exploración, sino establecer una línea regular, la conocida como la Nao de Acapulco o Galeón de Manila, cuyo viaje de regreso, sin escalas, podía durar de cinco a seis meses.

Con todo, la puesta en práctica del tratamiento del escorbuto en Occidente no fue obra de un escocés, como dicen los tratados de medicina, ni de un español, sino de un portugués. Vasco de Gama, que tras doblar el cabo de Buena Esperanza arribó a Mombasa en 1498 con su tripulación afectada por el escorbuto, habiendo sanado rápidamente tras consumir allí naranjas y limones. En el regreso, lo primero que hicieron al alcanzar de nuevo Kenia fue buscar naranjas para curar a los enfermos de su tripulación y llevarse, de paso, las naranjas dulces, apenas conocidas en la Península, a Portugal. Con este precedente no es descartable que el secreto mejor guardado, que evitaba más muertes que las corazas, pasase de Portugal a Castilla en los tiempos en los que Felipe II fue soberano de ambos reinos.

Pero esto, aunque reducía el problema, no lo resolvía totalmente. Aunque los navíos ibéricos embarcaban frutas que no llevaban los barcos de otros reinos, los cítricos no estaban disponibles durante todo el año; en los viajes realmente largos acababan por estropearse y el jarabe perdía parte de la vitamina C al calentarlo prolongadamente. Probablemente esa fue la causa de que la naranja se expandiera rápidamente por la costa de Méjico y de Brasil, para darles un chute antiescorbútico a los marineros. La solución definitiva corrió a cargo de un influyente médico de la armada británica, Sir Gilbert Blane, quien, conocedor del experimento de Lind, tuvo la idea de añadir al grog (ron con azúcar que se añadía al agua para evitar su putrefacción) zumo de limón, en vez de calentarlo para producir jarabe, consiguiendo así que el limón no perdiese sus propiedades antiescorbúticas. Algo parecido sucedió con el gin-tonic y la prevención de la malaria. Los ingleses siempre encontraron una razón práctica para mantener su dipsomanía. Una de las razones para ocupar la isla de Malta fue garantizar el suministro de limones para la Armada británica y el control de la producción siciliana, lo que acabó dando origen a la Mafia. Pero esa es otra historia.

Hoy, Lind es considerado el ‘padre de la medicina naval’. Una placa en la Escuela de Medicina de Edimburgo recuerda su aportación a la ciencia, pero Agustín Farfán no tiene ni una entrada en Wikipedia y nadie sabe quién. Descubrió el procedimiento que salvó la vida a tantos marineros los siglos anteriores. Tuvo la desdicha de nacer en Kenia, Portugal o España.

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Sobre el autor

Profesor de la Universidad de Oviedo; zoólogo y por tanto observador de la vida en sus múltiples variantes


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