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Carlos Ignacio Nores Quesada

Alguien tiene que decirlo

Adiós a ‘Investigación y Ciencia’

La revista tiraba unos 20.000 ejemplares de casi un centenar de páginas. Sus lectores eran mayoritariamente profesionales de la investigación y la docencia, así como estudiantes, así que no producía una divulgación dirigida al gran público

Investigación y Ciencia’ fue una revista de divulgación científica que con 556 números y más de 20.000 artículos iluminó a los interesados por el quehacer científico en España e Hispanoamérica desde octubre de 1976 hasta enero de 2023. Era la versión española de otra publicación estadounidense, el ‘Scientific American’, nacida hace casi dos siglos, en 1845.

Estaba dedicada a la alta investigación científica: ciencia expresada con lenguaje asequible y capacidad de síntesis para exponer novedades y debates científicos. No es casualidad que su primer número saliese en octubre, mes de inicio de la actividad académica. Recuerdo los comentarios esperanzados de compañeros y profesores en aquel momento por la aparición de aquella nueva herramienta didáctica. Ha cerrado «ante el empeoramiento de las condiciones económicas», según expresa su último editorial. Los artículos no estaban elaborados por periodistas especializados en la ciencia, ni por divulgadores de segunda mano, sino por algunos de los mejores especialistas en los campos que trataban y con frecuencia por los investigadores punteros del panorama científico internacional, así como de España e Iberoamérica, que explicaban sus propios descubrimientos o los de la disciplina que manejaban desde su ventajosa atalaya. Más de un centenar de sus autores poseían un premio Nobel. ‘Investigación y Ciencia’ tiraba unos 20.000 ejemplares de casi un centenar de páginas por 6,50 €, pero además publicaba especiales monográficos y libros, muy útiles ante el avance cada vez más especializado y complejo de las ciencias experimentales. Sus lectores eran mayoritariamente profesionales de la investigación y la docencia, tanto como estudiantes universitarios, de manera que no producía una divulgación dirigida al gran público. Por el contrario, era muy útil para que los no especialistas de una determinada disciplina lograsen mantenerse al día de los avances y pudiesen acceder a temas de actualidad y de síntesis, muy adecuados para mantener sus clases al día. También mostraba una agenda de actividades científicas, como exposiciones, congresos o conferencias.

‘Investigación y Ciencia’ convivió en paralelo con la revista ‘Mundo Científico’, de más breve duración (247 números entre 1981 y 2003), a su vez versión española de la francesa ‘La Recherche’. España nunca tuvo conciencia del valor de la ciencia en nuestra cultura. La ciencia que hemos producido parece una aportación irrelevante a la cultura hispánica, siempre más proclive al reconocimiento de nuestros literatos, artistas y políticos que de nuestros científicos e ingenieros, mal conocidos por el gran público. Cuando en una entrevista preguntaron al ministro de Cultura Javier Solana, profesor de Física del Estado Sólido de la Complutense, cómo era posible que un catedrático de Física tuviese a su cargo la cultura del país, él respondió: «Ah, ¿pero la ciencia no es cultura?». Puede verse un termómetro de la sensibilidad científica de nuestros ciudadanos y nuestros políticos haciendo un recuento de los nombres de las calles de nuestras ciudades. Pero también en un país, presuntamente más atento a su cultura científica, como Francia, han puesto las barbas a remojar. Igualmente, ‘La Recherche’ vive su particular travesía del desierto. En 2020 pasó de ser mensual a trimestral.

Podrían hoy parecer publicaciones elitistas, ya que no pretendían una vulgarización de la ciencia, sino la divulgación de primera mano de los principales avances. Su público limitado no fue capaz de garantizar su supervivencia nada más que ‘unas pocas décadas’. No pudieron competir con los blogs divulgativos que ahora abundan, muchos llenos de tópicos y de ciencia divertida, pocas veces originales y que suelen hablar de lo mismo que hablan todos. Durante su prologada edad de oro todavía no se habían enseñoreado de la divulgación los títulos chocantes y graciosos, de manera que lo que entonces llamaba la atención de sus lectores era la descripción de su contenido, por cuanto podía rellenar la necesidad de información en el campo que a uno le interesaba. Ya entonces hablábamos de la cultura de la imagen, pero ni imaginábamos que internet existiría ni cómo cambiaría nuestras vidas; tampoco se nos pasaba por la imaginación que un día pudiera accederse a vídeos de divulgación, incluso a clases impartidas por los mejores docentes o los peores farsantes a través de YouTube. Con la mentalidad de hoy, sorprende que el nivel científico que mantenía ‘Investigación y Ciencia’ se vendiese en los quioscos de prensa, sin vídeos de tres minutos ni titulares escalofriantes.

La divulgación científica se ha ampliado y difundido con resultados de muy diversa calidad. Algunos ejemplos de plataformas de divulgación científica en internet realizados por profesionales de la investigación son excelentes, como ‘Cuadernos de Cultura Científica’ o ‘The Conversation’. Sólo algunos blogs de científicos se lamentaron de la desaparición del último bastión de la alta divulgación, que ha pasado totalmente desapercibida entre los medios de difusión generalistas.

Me enteré del óbito de ‘Investigación y Ciencia’ por alguien que lo había oído en el programa ‘Longitud de Onda’, de Radio Clásica (RNE). Desde el programa musical de una emisora de radio temática, no científica, sino dedicada a la música clásica, se hizo una petición para salvaguardar el archivo digital de ‘Investigación y Ciencia’, hoy desaparecido de su web. Se pedía no quemar de nuevo la Biblioteca de Alejandría. Me resisto a creer que su contenido pueda desaparecer perpetuamente de internet, aunque siempre quedarán los ejemplares de papel en las bibliotecas, esos curiosos lugares donde se pueden leer libros que no necesitan baterías, ni sistemas operativos, ni ninguna codificación al margen de las veintitantas letras y los signos diacríticos (bueno, también algunos símbolos matemáticos).

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Sobre el autor

Profesor de la Universidad de Oviedo; zoólogo y por tanto observador de la vida en sus múltiples variantes


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