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Carlos Ignacio Nores Quesada

Alguien tiene que decirlo

La fauna se adueña de Tamón

Era fácil reconstruir la vegetación. Los animales son otra cosa. Su capacidad de movimiento no los ata al terreno, así que lo único que podíamos hacer era generarles un hábitat apropiado y sentarnos a esperar

Al inicio de la década de los 90, en el espacio industrial del valle de Tamón, se diseñó un espacio donde la naturaleza pudiera volver a ser como la imaginamos antes de que los humanos la degradásemos. El objetivo era demostrar que una industria presuntamente contaminante podía convivir con una naturaleza floreciente.

Era fácil reconstruir la vegetación. Bastaba diseñar y ejecutar. Los animales son otra cosa. Su capacidad de movimiento no los ata al terreno, así que lo único que podíamos hacer era generarles un hábitat apropiado, con alimento y refugio, confiar en haber acertado y sentarnos a esperar.

La primera agradable sorpresa fue que, tras talar el eucaliptal y regenerar el bosque, en pocos años se observó una densidad altísima de ciervos volantes, el mayor escarabajo de España, especie protegida, cuyas larvas viven en la madera podrida.

Pero el proyecto estrella era la creación de un humedal. Los meandros del río Alvarés habían formado una zona encharcada que desapareció cuando el río fue canalizado por los vecinos y los depósitos del río, una vez desecados, se aprovecharon como una pradería llamada La Furta, en recuerdo de su pasado ‘hurtado’ al río.

El humedal de La Furta fue pensado como un refugio para proporcionar descanso a las aves migratorias, amparo durante la invernada y facilitar la reproducción de las estivales. Se construyó un pequeño embalse que maximizaba la superficie y el perímetro, con la profundidad justa para que las aves puedan alimentarse en el fondo. Se creó una isla para aislarlas de los predadores y tomamos precauciones para que los carrizos no invadieran el embalse y las ratas no se instalasen. Hicimos una previsión de las especies que podían ocuparla a partir de las presentes en los embalses de los alrededores. En pocos años las especies residentes doblaron la previsión, triplicaron las accidentales y no se llegó por los pelos al número pronosticado de aves invernantes y de paso. Puede que La Furta sea un lago artificial, pero eso no lo saben las aves que allí descansan, allí se alimentan y allí se reproducen. De hecho, La Furta está catalogada desde 2003 como una de las 13 zonas asturianas de Especial Protección para Aves (ZEPA). Los vecinos achacaron a La Furta que sus casas se llenasen de mosquitos. No eran tales, sino inofensivas efémeras, sus primeros colonizadores masivos, que provocan asombrosos brotes de insectos alados unos pocos días al año. Todo un fugaz espectáculo.

El encargado medioambiental de la factoría tenía unas ganas locas de tener nutrias en La Furta, planteó si sería posible capturarlas para soltarlas allí. Naturalmente que era posible, con los permisos oportunos, como ya se había hecho para exportar nutrias a Girona, pero le convencimos de que no era una buena idea. ¿Cómo podíamos retenerlas una vez liberadas? no podíamos atarlas, y si querían marcharse al próximo embalse de Trasona lo iban a hacer. Trasona estaba a menos de un kilómetro y rebosante de peces. Pero sólo hacía falta un poco de paciencia. Las prospecciones de nutrias realizadas años antes indicaban que estaban recuperando los territorios perdidos en la zona central asturiana a marchas forzadas y el éxito vendría solo, a no mucho tardar. Nos limitamos a diseñar un par de refugios para que la nutria, cuando llegase, se pudiese instalar confortablemente en La Furta y deseara quedarse. En efecto, en 1997, en un control sobre los cangrejos rojos que ya habían colonizado los cursos de agua del valle, aparecieron sus primeras evidencias. No sólo llegó la nutria, sino que se puso morada de cangrejos.

La presencia de jabalí, aunque indeseada, también era cuestión de tiempo. Entonces todavía era una especie escasa en el centro de Asturias. Tenía que llegar y llegó, como siempre, conflictivo. Se había solicitado que la zona industrial fuese Zona de Seguridad, para evitar la caza. Cuando los jabalíes llegaron, se asentaron en las nuevas zonas tranquilas y frondosas, pero desde sus refugios salían a alimentarse por los alrededores y en los cotos inmediatos los cazadores debían pagar las indemnizaciones por daños, aunque era difícil cazarlos, porque encamaban en la factoría. Así comenzaron las fricciones. Como consecuencia de las presiones, DuPont solicitó, hacia 2003 que se permitiese batir el monte Pando, donde había unas cuatro familias. Una sociedad de cazadores llevó a cabo la cacería bajo la supervisión de la consejería de Medio Ambiente y los guardas de seguridad de la empresa. Las medidas de seguridad eran muy estrictas, casi obsesivas, tratándose de una empresa que nació para fabricar pólvora y cuya fábrica voló dos veces. Había pocas líneas de tiro factibles y tampoco se podía ingerir alcohol en ningún punto de las instalaciones, así que la experiencia no acabó muy bien y no volvió a repetirse. Hubo que conformarse con ‘perrear’ (dar batidas incruentas) y plantar cajas-trampa para aprehenderlos. Los animales capturados vivos eran eutanasiados y sus cadáveres (entre 10 y 20 cada año) transportados al vertedero de Cogersa, puesto que como no eran resultado de una práctica cinegética, sino de un control, nadie podía quedarse con ellos. Para complicar las cosas, no se podía trampear durante la temporada de caza para no interferir en los derechos de los cazadores.

Llegaron también los corzos, martas y ginetas. Con la fauna ‘invisible’, los micromamíferos, pasó lo mismo que con los pájaros, hubo cambios importantes y previsibles: se redujeron las especies asociadas al hombre y a los hábitats artificiales y aumentaron las forestales. Así fue, y casi nadie lo sabe.

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Sobre el autor

Profesor de la Universidad de Oviedo; zoólogo y por tanto observador de la vida en sus múltiples variantes


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