Entre los años 80 y 90 DuPont maduraba la idea del Ambientalismo Corporativo, una consecuencia de la creciente concienciación cívica sobre la problemática ambiental. Pensaba que una buena imagen en ese campo podía mejorar sus beneficios
ada sucede porque sí. El éxito de la recuperación ambiental del valle de Tamón se debió a el contexto pionero de recuperación de la naturaleza que reinaba entre los años 80 y 90 del pasado siglo. El ambiente que había en el aire se sustanció en las cabezas de algunos pioneros que tuvieron el acierto de imaginarlo y el valor de realizarlo. Así, en el principio fue el verbo y luego el verbo se hizo carne.
Germán Lastra era director general de DuPont Ibérica, empresa que maduraba la idea del Ambientalismo Corporativo, una consecuencia derivada de la creciente concienciación cívica sobre la problemática ambiental. Algunas empresas pensaron que una buena imagen ambiental podía mejorar sus beneficios en vez de lastrarlos y DuPont estaba entre ellas. Pero había una trastienda. Entre los materiales desarrollados por DuPont estaban los CFC, principales responsables del agujero de la capa de ozono, y ante las presiones y la acumulación de evidencias, en 1988 decidieron reducir su producción hasta eliminarla en 1995. En este contexto plantearon en la Convención Anual del Congreso Americano de Minería de 1991 su política ambiental, afirmando que la protección medioambiental no era una «molestia costosa», sino una parte esencial del negocio capaz de proporcionar una ventaja competitiva.
Ante la previsión de que su empresa instalara una gran factoría en Europa, Germán, asturiano de corazón, pensó que Asturias podría ser el lugar ideal para desarrollar estas nuevas ideas. Entonces Asturias iba por delante de la mayoría de las comunidades autónomas en concienciación y políticas ambientales. Germán era hermano de Carlos Lastra, presidente de Amigos de la Naturaleza Asturiana (ANA), lo que tendía un puente de plata entre la nueva política empresarial y el movimiento conservacionista asturiano. Las conversaciones, discretas, comenzaron con el Principado y el Instituto de Fomento Regional hasta que el 30 de noviembre de 1989 DuPont decidió emplazar su gran centro en Asturias, en dura competencia con dos países europeos y otras dos comunidades autónomas españolas. En la decisión, además de las ventajas objetivas, como las infraestructuras y cultura laboral, pesaron circunstancias menos tangibles, como el paralelismo entre el primer reino cristiano de la Reconquista y que Delaware (sede histórica de DuPont) fuese el primer estado que firmó la Constitución de los Estados Unidos. Pelayo, padrino de la industrialización ¿Quién iba a pensarlo?
Ante la incredulidad de algunos, el flamante presidente mundial de DuPont, Edward Woolard, vino a Oviedo en persona para firmar los protocolos de compromiso y traía consigo la idea de la compatibilización ambiental de su industria química. Conocedores de la disposición favorable, Enrique Pascual Jarero (Kike) se coló, con la ayuda de Germán, en la espicha que el Principado dispensó a la delegación estadounidense en el lagar El Trole, de Gijón. Era de los pocos presentes que hablaba inglés y les presentó una carta con algunas ideas que se podían desarrollar en las futuras instalaciones. Allí Kike conoció a otro actor fundamental de nuestra historia, William (Bill) Walker, inminente director de la factoría asturiana. Sintonizaron perfectamente y quedaron en verse, con algo más concreto, cuando comenzasen las obras. En ese intermedio, Kike y su mujer, Audrey, prepararon en nombre de ANA un informe de 20 páginas donde planteaban un amplio abanico de posibilidades: un santuario de aves basado en una amplia restauración paisajística con especies autóctonas, una charca-humedal y una propuesta de protección ambiental para el conjunto. La idea conservacionista encajaba tan bien con aquella nueva política industrial que Bill contrató a Kike para encargarlo de su proyecto ambiental. Siempre lo estimuló y siempre lo respaldó. En cuatro meses el estudio de impacto ambiental estuvo en marcha y de la parte de medio natural se encargó el Indurot de la Universidad de Oviedo, bajo la dirección de Miguel Ángel Álvarez García. 21 personas de diversos departamentos participaron sólo en el estudio de sistemas terrestres y fluviales. Nunca se vio tal despliegue. La consigna era trabajar fuera de los convencionalismos.
También hubo oposición. DuPont tenía para el ecologismo tres características diabólicas: era una multinacional, estadounidense y química. Y, encima, era sospechosa de comprar a parte del ecologismo asturiano para acallar las protestas. Por eso las protestas no se acallaron: se creó una Plataforma Anti-DuPont promovida por la Coordinadora Ecoloxista d’Asturies bajo el lema ‘DuPont, fuera de Tamón’; las llamadas Iniciativas Ciudadanas para la Supervivencia recogieron firmas y en la junta directiva de ANA se debatió si colaborar o no. Se votó y algunos directivos opositores a la empresa se marcharon escandalizados. También el director de construcción del complejo recelaba de tener el caballo de Troya lleno de ecologistas.
En enero de 1991 el estudio de impacto ambiental estaba entregado. La Agencia de Medio Ambiente lo estudió, lo completó y lo aprobó. Desde entonces las promesas se volvieron obligaciones. Las obras de los proyectos duraron más de 10 años bajo la dirección de Miguel Ángel Álvarez y la dirección técnica de Tomás Lobo.
Fue una ocasión nunca repetida que acabó decayendo en la propia empresa, que no mantuvo el seguimiento de aquel proyecto en el tiempo ni fue promocionado en Asturias, aunque técnicos de varios países vinieron a estudiarlo. El espíritu de una época, menos confusa que la actual, la determinación de unos directivos por hacer algo más que un maquillaje, la confianza mutua y la disponibilidad del personal universitario para dedicar un ímprobo esfuerzo a algo que no fuese publicar trabajos en revistas de impacto internacional, son, todos ellos, valores que cotizan a la baja desde hace tiempo.