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Carlos Ignacio Nores Quesada

Alguien tiene que decirlo

La contracepción de los jabalíes y la Piedra Filosofal

La Piedra Filosofal era el talismán que todo lo curaba, capaz de sacar de la pobreza para siempre a aquél que conociera su secreto, y muchos hombres dedicaron su vida a buscarla sin que haya constancia del éxito de ninguno. Algo así sucede con los métodos anticonceptivos para luchar contra la abundancia de especies problemáticas. Desde los años 80 del pasado siglo se ha considerado como un método prometedor sin que desde entonces se hayan obtenido resultados capaces de cumplir esas promesas.

Llevamos años escuchando voces que afirman que como la caza no es un método efectivo de control de población de jabalí hay que poner en práctica nuevos métodos más modernos y éticamente aceptables para lograrlo. La esterilización es esa alternativa de la que se ha debatido, especialmente en Gijón y en Salinas, con motivo del incremento de jabalíes urbanos. Lamentablemente, no es un método que se haya practicado en países avanzados y que podamos replicar aquí. De hecho, es inaplicable a gran escala como sustituto de la caza por razones técnicas, logísticas, económicas sanitarias y ambientales.

Entre las limitaciones técnicas señalemos que ahora no hay contraceptivos capaces de esterilizar jabalíes con una sola dosis, su actividad solo se mantiene entre uno y seis años, así como que las cantidades prescritas no se pueden controlar individualmente con facilidad. Una cosa es un experimento realizado en cautividad y otra muy diferente aplicarlo en campo abierto.

Entrando en terrenos logísticos se ha calculado que para que una población de jabalíes se redujese sería necesario evitar la reproducción del 60-70% de sus individuos, bien porque no llegasen a copular, porque los óvulos no se fertilizaran o por la eliminación física de los ejemplares. Si calculamos en unos 50 € el coste de la aplicación de cada dosis, estimando que en Asturias hay unos 50.000 jabalíes y si tenemos que aplicarla al 70%, el coste anual sería de 1.750.000 €. Eso si se dejasen capturar todos los animales que deberían ser tratados. Si los cazadores no son capaces de matar cada año más del 25% de la población de jabalí disparándoles con bala hasta a 70 o más metros de distancia, cómo se van a inyectar con un dardo impulsado por un rifle neumático a todos los que habría que inocular si hay que acercarse a 10 o 15 m del animal. El procedimiento se complica si los capturamos con trampas, puesto que hay que anestesiarlos para inyectarles la dosis y marcarlos para hacer el seguimiento que evalúe los resultados tras liberarlos. Habría que contar con una infraestructura de trampas suficientes, fusiles neumáticos y personal técnico especializado para poner en práctica tal empresa año tras año, por no hablar de su financiación. A esto habría que añadir el coste del seguimiento de los resultados y de sus efectos ambientales.

Una alternativa a los dardos es dispensar los anticonceptivos por vía oral, lo que probablemente sería más factible para amplias superficies, pero esto también conlleva sus dificultades y sus contraindicaciones. La primera es garantizar que sea el jabalí y solo el jabalí quien consuma el cebo. Existen dispensadores que solo pueden activar animales de gran tamaño, lo que complica el acceso a aves y mamíferos menores, pero habría que distribuirlos por todo el territorio. Si el área de campeo media del jabalí es de unos 10 km2, necesitaríamos unos 1000 dosificadores repartidos por toda Asturias, lo que supone que acudirían de media unos 50 jabalíes por dosificador. Esto nos lleva a un nuevo problema de sanidad animal. No todos los individuos son iguales: unos son glotones, otros más desganados; unos confiados y otros elusivos, de manera que mientras que algunos no alcanzarían la dosis necesaria para esterilizarlos convenientemente, otros recibirían unas sobredosis de droga poco saludable. Esta dosificación remota no impediría que la esterilización alcanzase a especies amenazadas cuya reducción de la natalidad las llevaría a la extinción. Los osos podrían acceder directamente a los cebos de los dispensadores y no olvidemos que si se logra obtener anticonceptivos más duraderos se prolongaría su persistencia en la cadena alimenticia. Si la mayor parte de los jabalíes están hormonados los cadáveres de los animales muertos por enfermedades, frío, accidentes o predación serían importantes focos de diseminación del fármaco y reputados carroñeros como buitres, quebrantahuesos, águilas reales, zorros o liebres resultarían afectados. También los insectos coprófagos y necrófagos podrían extender los anticonceptivos a los animales insectívoros. Si nos preocupamos por la proliferación ambiental de los antibióticos por sus efectos indeseados, qué opinaríamos si además acabásemos encontrando anticonceptivos en el entorno. Obviamente la carne de los jabalíes hormonados de tal manera no sería apta para el consumo humano.

No estaría nada mal, pensando en términos de impacto ambiental, evaluar cuál sería la consecuencia de la aplicación de anticonceptivos masivos para sustituir a la caza como regulador de la población de los jabalíes. Descartada su aplicación generalizada, tal vez en unas décadas dispongamos de una forma de aplicar el control de la natalidad en entornos reducidos y abordables, pero sin olvidar que si el problema consiste en la presencia de un jabalí en un sitio inadecuado, un jabalí esterilizado seguiría estando ahí. En este momento ninguna investigación respalda este medio como una alternativa factible en el manejo del jabalí. Por ahora, el control de la natalidad más que una realidad científica es un anhelo de la sociedad que aborrece el derramamiento de sangre. Es por eso que hoy en día, al margen de las pruebas experimentales, no conozco a ningún especialista en biología del jabalí que recomiende la esterilización para solucionar el problema.

 

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Sobre el autor

Profesor de la Universidad de Oviedo; zoólogo y por tanto observador de la vida en sus múltiples variantes


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