El triaje está regulado por las comisiones éticas de los hospitales, que garantizan que el objetivo sea salvar vidas
El 20 de marzo sonaron todas las alarmas, tras conocerse un documento de recomendaciones éticas promovido por la Sociedad Española de Medicina Intensiva. Desde entonces el asunto corrió como la pólvora en noticias, artículos, preguntas en ruedas de prensa y consultas a especialistas. Hubo informaciones que pasaron de la potencia al acto y convirtieron lo que eran unos criterios basados en la ética profesional en una alarma generalizada. Muchos entendieron que iban a dejar morir a los pacientes con más de 80 años, otros dieron a entender que ya se estaba haciendo porque las UCI estaban saturadas, hubo incluso quien aprovechó otro documento oficial para rebajar el umbral a los 60 años, porque a mayor revuelo mayor reclamo.
Tan solo hace un mes que en el debate sobre la proposición de ley sobre la eutanasia un diputado del PP llegó a decir que con esa ley se pretendía liberar a la Seguridad Social de la pesada carga de los ancianos, y una diputada de Vox acusó al Gobierno de «convertir el Estado en una máquina de matar». No es de extrañar que muchas personas de edad pensaran que el coronavirus era la gran ocasión para liberarse de ellos o, al menos, dejarlos morir; todo ello potenciado por los odiadores que tanto proliferan durante las crisis. Resulta contradictorio que con el argumento de proteger a los ancianos se les aterrorice.
Las cosas no son así, de ningún modo. Lo único que al parecer pretendía el documento era aclarar los criterios que debían aplicarse en la clasificación de los enfermos en relación con sus necesidades, lo que en la jerga médica se llama ‘triaje’. El triaje o cribado es una práctica médica tan habitual como necesario, para clasificar la gravedad y adecuación que presenta un paciente y que permite definir la prioridad de la atención en un servicio de urgencias, en una emergencia sanitaria o simplemente a la hora de elegir quién es la persona idónea para un trasplante. Y está regulado por las comisiones éticas de los hospitales, que garantizan que el objetivo sea salvar vidas y no acabar con ellas. Como se ha visto con los trasplantes, este protocolo garantiza que no van a dedicar una atención preferente a alguien rico o famoso en detrimento de quien sea pobre y desconocido. En una situación límite no hay más que una respuesta ética a la terrible pregunta de ‘a quién salvo primero’, tanto si la pregunta se hace de forma insidiosa o de forma honesta. Los amantes del cine recordarán un par de películas que tratan sobre esta inquietante cuestión: ‘Náufragos’, de Hitchcock, y ‘En el corazón del mar’, de Ron Howard. Si prefieren su versión perversa, vean ‘La decisión de Sophie’, de Alan J. Pakula.
El confinamiento al que estamos sometidos no pretende simplemente impedir que nos contagiemos, sino, sobre todo, evitar la saturación de las unidades de UCI. En contra de lo que expresan muchos mensajes alentadores, que desean que esto acabe cuanto antes, el confinamiento pretende prolongar la crisis por una razón muy sencilla. Si se consigue alargar la curva de contagios se pueden lograr dos cosas: la primera es que se retrase el temido pico de contagios, dando tiempo, mientras tanto, a producir mascarillas, guantes, respiradores y todas esas cosas que actualmente escasean por razones logísticas y lógicas. Pero lo más importante es que aunque el número final de contagiados sea el mismo, dosificando las infecciones a lo largo del tiempo, el pico será menos intenso, de manera que al disminuir el número máximo de infectados en el momento álgido, se pretende que este número no supere al que el sistema puede atender. De este modo no se sacrificará a nadie por su edad, patología asociada o cualquier riesgo añadido. Respiren tranquilos los que tienen más edad.
Esto no se para ni con buen rollo ni con bilis; se para con cabeza y la cabeza es lo que están poniendo, además del sudor y adrenalina, los profesionales en cuyas manos estamos. Abundar en los aspectos más escabrosos no ayuda a nadie. Preguntar una y otra vez a los responsables, conociendo de antemano que solo hay una respuesta única, es cruel, y generalizar la peor situación al resto del país es insensato.