No nacen, tampoco crecen ni se desarrollan; no se reproducen y, finalmente, tampoco mueren, porque para morirse hay que estar vivo. No se alarmen: al menos pueden ser destruidos
Sabemos qué es un virus, pero no sabemos cómo encasillarlo. No podemos decir que un virus esté vivo ni que esté muerto. Me explico: los seres vivos debemos cumplir varias condiciones para ser reconocidos como tales. Popularmente decimos que un ser vivo nace, crece, se reproduce y muere. Pues bien, los virus no hacen nada de esto, o no lo hacen como los seres vivos que son como Dios manda.
No se puede explicar qué es un virus sin contar cómo funciona, así que vamos a ello. Un virus es una agrupación de moléculas orgánicas que puede encontrarse en dos fases diferentes: una intracelular (en una célula ajena, porque ellos no forman células) en la que el parasitado pone toda la actividad vital, y otra extracelular en la que el virus es inerte, aunque infectivo. Casi un mineral de materia orgánica. Una vez dentro de la célula, su material genético se enchufa al de la célula para ser replicado y cuando ha conseguido que la pobre haga miles de genomas víricos y de cápsulas proteicas (cápsides), los genomas víricos se encajan dentro de las cápsulas y ¡hala!, a salir en estampida de lo que queda de la pobre célula, para buscar un nuevo incauto. Esta fase viajera (cápside más ácido nucleico), que recibe el bonito nombre de virión, es la que tiene esa forma de pelota con trompetillas de marciano que aparece en los telediarios.
El virión es una cápsula espacial con un astronauta de ácido nucleico dentro. Consigue la llave para entrar en una nueva célula envolviéndose en la membrana de la célula, que había parasitado antes para que reconozca a otra nueva incauta del mismo tipo. Su genoma es tan mínimo que no puede hacer nada por sí solo, por eso tiene que parasitar a la célula de un auténtico ser vivo para producir nuevos virus. Ilustremos la concisión genómica con una metáfora: si el tamaño del genoma vírico equivaliese a una página, el de una bacteria equivaldría a un tomo de unas 800 páginas y el de una célula humana contendría 800 tomos. Es tan reducido porque le basta tener las instrucciones básicas para engañar a la célula y hacer que lo replique, siempre gorroneándola para que aporte lo que él no tiene. Ha prescindido de las herramientas chuleándoselas a la célula parasitada, se ha limitado a que su genoma codifique las órdenes para que la célula replique el virus y no a sí misma. Una vez dentro, se las arregla para ensamblarse con la maquinaria de copiado de la célula y conseguir que solo haga miles de nuevos virus. Después de tan ímprobo esfuerzo poniendo el capital, los materiales, la energía y la mano de obra para otro, la célula queda para el arrastre y llena de virus que se meten en su cápside y se largan para buscar otro pardillo. Así se deteriora el organismo atacado por un virus patógeno.
Volviendo a la definición clásica de un ser vivo, diremos que no nacen, porque su ‘madre’ no es un virus, sino una célula ajena; tampoco crecen ni se desarrollan, se limitan a estar insertados en el genoma de su hospedador o a formar un virión; no se reproducen, porque otros corren con los gastos, sudores y sacrificios del proceso; finalmente, tampoco mueren, porque para morirse hay que estar vivo. No se alarmen, si no pueden morir, al menos pueden ser destruidos. De hecho, solo sobreviven unas pocas horas o días, como ya habrán oído, si no encuentran un primo que les meta en casa. Por otra parte, tampoco responden a estímulos ni tienen metabolismo, y aunque tienen un código genético compatible con el de los seres vivos, no funciona autónomamente. Además, sus viriones son tan sencillos que hasta pueden cristalizar ¿Qué ser vivo puede cristalizar, descristalizar y seguir haciendo maldades?
Para los nativos digitales cabe otra descripción algo más sofisticada. Podemos compararnos con un sistema informático, un ordenador, por ejemplo, que precisa un hardware (el soporte físico) y un software (el programa que contiene un código que da las órdenes para que el hardware haga cosas).
Los seres vivos también tenemos un hardware, es decir, una carcasa; un sistema de relación con el exterior que nos diga cómo andan las cosas por ahí fuera (hacia dónde nos conviene ir o de qué conviene huir) y cómo responder; otro para captar energía y ladrillos en forma de alimento y un sistema metabólico para ejecutar todos los procesos de la manera adecuada y en el orden correcto. Necesitamos sacar la energía del alimento y administrarla para que la maquinaria funcione y un aparato excretor para eliminar los productos de desecho que produce nuestro metabolismo. Y luego está el software, la información genética que da las órdenes de cómo todo tiene que funcionar coordinadamente y que, además, puede replicarse, pero para hacerlo necesita, desde luego, las herramientas de su hardware.
El virus solo es software encerrado en una cajita, no necesita ni alimento ni energía. Su software es muy pequeño pero muy apañado, con pocas instrucciones, pero muy precisas, que se incrusta en el software de la célula y hace que trabaje pare él. Funcionan como el virus del ordenador, o al revés, el virus del ordenador se llamó así porque era un software malicioso que actúa como un virus orgánico: se te cuela dentro, se aprovecha de tu sistema informático para reproducirse y se escapa para infectar a otros dejando tu ordenador como una célula ‘virada’.