El tiempo, y no me refiero a la meteorología, es muy relativo y variable en la Antártida. Hace dos días nos habían dicho que nos íbamos el 31 (nuestro itinerario original) y ahora resulta que mañana nos embarcamos. Aún no sabemos si subiremos con toda nuestra carga (ver foto 1), unas dos toneladas, o tendremos que volver en unos días a por ella.
Estos dos últimos días han sido un horror de listas, empacar, acolchar con papel burbuja, rotular, separar y toda esa mugre muy poco glamurosa, pero que es imprescindible para desarrollar nuestro trabajo. Durante estos días lo único que he hecho es jugar al “tetris” con las cajas y su contenido (ver foto 2), para que luego digan que los videojuegos no sirven para nada 😛
Mañana nos subiremos al Aquiles de la marina chilena, pero no llegaremos a la Isla Doumer hasta el 1 o 2 de febrero. El barco transporta a mucha gente con diferentes objetivos, así que esta vez nos toca esperar. Ahora que terminamos esta primera etapa toca hacer balance. Tuvimos varios problemas con un equipo, pero por suerte no se perdió nada. Hay un par de cosas que no hemos podido hacer, pero en general nos ha ido bien. Hemos podido caracterizar los cambios temporales dentro de nuestra bahía y trabajar en el estrecho Bransfield, donde localizamos aguas provenientes de otras zonas del océano austral. Por los datos preliminares que tenemos, se observa un patrón espacial muy marcado desde el glaciar Collins hacia la zona más oceánica del Bransfield. Aún tenemos mucho trabajo con esos y otros datos, pero se ven cosas potencialmente interesantes que habrá que estudiar en profundidad antes de lanzar las campanas al vuelo. Ahora toca recoger mi ropa, que es más bien poca, y dejar todo preparado ya que mañana en cualquier momento nos pueden avisar para “saltar” al barco inmediatamente. Nos volveremos a ver en unos días, cuando esté de vuelta entre mis adorables pingüinos de isla Doumer.
Suena de fondo ¨Travelin’ band¨ de Creedence Clearwater Revival.