Aún no sabemos cuando o cómo nos iremos de isla Doumer (ver foto 1) a isla Rey Jorge, desde donde un Hércules de la fuerza área chilena debería llevarnos de vuelta a Punta Arenas. Nuestra actividad científica ha ido menguando estos días mientras la parte logística iba aumentando en la misma proporción. Hoy hemos terminado de procesar las últimas muestras rezagadas. Da pena terminar y tener que irse, pero es hora de regresar. Hemos cumplido casi todo lo que veníamos a hacer aquí, lo que supone un éxito, y nos vamos cansados pero contentos.
Si una imagen vale más que mil palabras, no hay mejor forma de explicar lo que dos meses de trabajo oceanográfico en la Antártida demandan de nosotros (ver foto 2). Así han quedado el segundo par de guantes de trabajo que he usado aquí, después de que el primero se rompiese en un pequeño incidente con el cabo. Las escasas horas de sueño, los horarios cambiantes, los golpes, el uso y abuso de la tracción animal (“los investigadores”) por fin han dado con nosotros y de golpe nos atrapa todo el cansancio que nos había esquivado hasta ahora.
El oceanógrafo sin muestreo se marchita, recuérdenlo, y una vez terminada la parte “científica” sufrimos un bajón. Es como si la adrenalina hubiese abandonado nuestros cuerpos y ya sólo nos queda la voluntad para rematar el trabajo. Sin embargo, no podemos confiarnos todavía queda una parte tan importante o más que el muestreo: organizar, empaquetar y rotular. Estos días ya no se trabaja tan rápido porque parece que nos quedaremos aquí hasta el 20 de febrero, pero aun así avanzamos poco con nuestra carga. Sólo nos queda terminar eso y disfrutar de la compañía de nuestros pingüinos Papua (ver foto 3) antes de tener que abandonar el que ha sido nuestro bello y confortable hogar estos últimos días.
Suena de fondo ¨Leaving home ain’t easy ¨ de Queen.