El arañón que tengo adoptado desde hace nueve meses en el taller de herramientas me ha dado una sorpresa. Él está instalado entre un ventanuco y una estantería, con una gran tela a la vista, y casi siempre escondido. Yo veía a veces una hermosa araña al otro lado de la estantería, acurrucada en la pared. Creía que era ella, con un campo de acción ampliado. Pero ahora he visto a las dos a la vez. Luego, dos arañones: uno camino de andarica y otro un poco menor, cangrejo de roca. A partir de ahí, con la ayuda de mi hermano David, planteamos dos experimentos:
1.Aprovechando que el arañón titular asomaba un poco tras la estantería, le arrojamos en medio de la tela una pequeña araña viva cogida en el prau. El ‘aracnotrón’ salió como un estertor y te dio un toque con una pata. Como me puse muy cerca a hacerle fotos, debió de mosquearse y volvió a la cueva. La arañuca quedó inmóvil. ¿Muerta? Pues no. Le aproximamos un palo salvador y se cogió a él. Sobrevivió al experimento, aunque intuyo que su corazón ya no será el mismo. Momento crítico:
2. Cogimos con un palo el arañón dos y lo lanzamos en medio de la tela. Esto ya no era un Barça-Levante; era más bien un Barça-Madrid y las dos lo tuvieron claro. Se miraron. Se marcaron el territorio. Pero la titular de la tela, que jugaba en casa, no se decidió a salir de la cueva, por la que asomaba medio cuerpo. Debía de estar calibrando musculaturas. La intrusa, algo menor, quedó primero en guardia, petrificada y, visto lo visto, lanzó de repente un sprint rumbo a la estantería, donde se camufló como pudo. Vean el momento del marcaje (la titular asoma por la izda; aunque no se vea claro, es más corpulenta y más negra):
Ay estos arañones. Qué ratos le hacen pasar a uno…