Un cartucho de escopeta en medio del prao. Eso es lo que me encontré esta mañana en una finca que está cerrada y vallada. O sea que un cazador no sólo entra donde no debe, sino que además dispara. Hay que tenerlos bien puestos. Aparte de la invasión, lo que más me preocupa es el destino de la bala en una zona donde hay muchas casas dispersas y mucho bicho viviente.
Mis favoritos son tres corzos, una madre y dos crías, que han estado muchos meses a la vista. Bajan del monte y atraviesan la pomarada vecina, que va decayendo hasta un riachuelo. Ahí los he pillado muchas veces, sobre todo a primera hora de la mañana y a última de la tarde, cuando inician el regreso al monte donde deben de tener su chiringuito. Siempre corro a por la cámara y ellos se espantan al verme, hasta que un día me quedé inmóvil apoyado sobre la linde y pude hacerles fotos a tutiplén.
¿Estarán sanos los corzos? No está permitido cazarlos, pero no tengo mucha confianza en este gremio que campa escopeta en mano y se mete donde nadie le llama. Hace cosa de un mes que no los veo y sólo hay dos opciones: están invernando o están en un arcón. Apuesto por la primera, pero ese cartucho da bastante mal rollo. Cuidadín cazador: ¡igual un día te cazo yo a ti!