“Si quieres ver mundo, hazte monje”. Esta aparente broma, referida por Xuan Bello en su reportaje sobre el monasterio de Silos, que gobierna un gijonés de 42 años llamado Víctor Márquez, abre la mente a la reflexión. El prior le espetó al escritor: “Mira Xuan, yo aquí hago lo que tengo que hacer y lo que me da la gana. ¿Puedes tú decir lo mismo?”. Y el entrevistador se encogió de hombros.
Tan cruda se ha puesto la cosa aquí fuera que el monasterio ha dejado de ser algo ‘despreciado’. Vivir sin créditos, prisas, averías, encargos, alsas, atascos, comunidades de vecinos, horarios, conversaciones de ascensor, colas, ruidos, apreturas y suegros (los míos, que conste, son un encanto) parece cada vez más tentador. A la mierda con todo: paz espiritual, un huerto para cultivar, libros y viajes mentales. Eso debió de pensar este gijonés que se marchó para Castilla como alma que lleva el diablo.
Ahora mira desde el monasterio hacia afuera y no siente ni gota de envidia. Y eso, ojo, tenemos que hacérnoslo mirar todos nosotros. Si el prior de Santo Domingo de Silos no nos envidia en nada, tenemos que ponernos manos a la obra. Hay que hacerle rabiar. Pero mira Víctor qué pálido estás: nosotros vamos al monte y a la playa, hacemos espichas al aire libre, tomamos copas, esquiamos, nos bañamos en el río, navegamos en kayak, montamos en globo. ¡Lo que sea! Pero venga. Acción. Detengamos el globlo terraqueo cinco segundos y cuando vuelva a girar que estemos todos haciendo algo que le fastidie a nuestro prior. De lo contrario, igual acabaremos por llamar a su puerta.