La isla desierta ha sido siempre un referente para la utopía personal de cada cual. La cabaña, con el tiempo, se ha vuelto una alternativa más alcanzable, aunque a la hora de la verdad pocos emigren al monte a alejarse del mundanal ruido. Algún privilegiado, como Robinson Crusoe, levantó una cabaña en una isla desierta; eso ya es para nota. Para cogerle manía, vamos. Aquí, en Gijón, no pedimos tanto.
A los noruegos la opción de la cabaña parece que les seduce especialmente. Acabo de leer tres libros seguidos de Knut Hamsun, el máximo exponente de la literatura del país nórdico; y en dos de ellos el protagonista vive en una cabaña. ¿Casualidad? Niet. El propio Hamsun se perdió en el bosque a pasar plácidamente sus días. Y rebasó los 90 años, lo que prueba lo saludable que es vivir rodeado de árboles, ríos y pájaros.
El problema que tenemos todos aquellos a los que nos tienta la idea es: 1.convencer a la parient 2.cuadrar las cuentas 3.echarle eggs. Yo en este momento no cumplo ninguno de los tres preceptos para hacerme protagonista de ‘Pan’ o ‘La bendición de la tierra’. Pero al menos le doy vueltas a la cabeza; o sea, la voy llenando de pájaros. Y las aspas cada vez apuntan más al campo.
El temor es pasar a protagonizar el tercer libro de Hamsun, el más laureado: ‘Hambre’. Una joyita. La vida de un periodista/vagabundo en Oslo y su lucha por comer cada día. ¿Nos quedamos como estamos o hacemos la revolución?