Cuentan, no sé si exagerando, que sin ellas el mundo se acabaría. Faltaría un eslabón en el ciclo. No habría polinización. Y algunos frutos quedarían pa prau. Así que rindamos un sentido homenaje a ese insecto regordetu que zumba que te zumba al volar, dando cierto ambientillo alrededor.
En Arroes ayer me di cuenta de la invasión. La primavera está latente en toda la vegetación y las abejas han empezado a darse el atracón con las primeras flores: dos ciruelos, tres melocotoneros y el leptospermum (árbol de té) son sus primeras fuentes de alimentación. ¿Qué hacen el resto del año? ¿Qué comen? Ni idea. El caso es que en el leptos (ya siento el nombre), lleno de microflores fuxias, hay una invasión de cuidado. Me acerqué con la cámara y no me hacían ni caso: venga a chupar del bote las aviadoras amarillas, sin inmutarse por el intruso. Lo malo es que las fotos me salían casi todas desenfocadas.
Cuando florezca la parra de los kiwis espero que hagan su trabajo a la perfección y funcionen, de paso, los injertos que hice la semana pasada. Entonces igual empiezo a pensar en hacerles una colmena para que asienten sus reales en el terruño y contar así con su colaboración de modo estable. Ya saben, contrato indefinido, catorce pagas…. Pero igual están más a gusto de aquí para allá. Mientras no me abandonen, miel sobre hojuelas.