Calocybe Gambosa. Ese es su nombre. ¿Y su sabor? Pues, brutal, un auténtico manjar. La probé el martes en el prau. Y aún conservo su sabor en la boca. Mmmmmm. “Cuando vayas a hacer un descanso, tomamos un par de setas que traje”; me dijo mi hermano D. Él se fue con el hermano K. a currar a ‘villaarriba’, el prau vecino; de otro hermano más; O. Y yo me quedé en ‘villabajo’. Uno trajinando ladrillos, otro segando y yo, también en labores de siega, riego y un trasvase pendiente. Llegó la hora: la una. Allí aparecieron los dos broders. Pusimos la sartén con aceite de oliva, tiramos las setas troceadas, sin sal ni nada más. Cuando estuvieron listas, las sacamos al aire libre en un plato: setas, un poco de pan y sidra; sidra made in Arroes, fecha por el menda y riquísimamente casera. Con esos pequeños mimbres, nos dimos todo un homenaje. Ole San Jorge! Ole la seta de primavera! Ole calocybe gambosa! Carnosa, sabrosa, digna de un césar.
Con los pequeños trozos de seta y los culinos, tres broders coñones tienen que hablar de Preciado. Inevitable. Tanto debatimos sobre él que ya perdimos la cuenta sobre si es bueno o malo, si hay que montarlo en un sputnik rumbo a Cantabria, tirarlo al mar o hacer su busto en bronce. En estas fechas recientes, estamos de buenas con él. E incluso, de prau a prau, cantamos: “Con Manolo Preciadooooo…. Estamos encantadooooos”. O “Con Manolo Preciadoooo… Siempre desasosegadooooooos”. Ripios por aquí; ripios por allí. Y de repente San Jorge. Nunca probé una seta igual.
“¿No nos irás a mandar a los tres pal otro barrio?”, interrogo de repente a D. “La tengo controladísima. Solo hay una seta tóxica con la que se puede confundir y sale en otoño”, me aclara. Cojo entonces satisfecho otro trozo de pan, rebaño el aceite y arrastro con él un último fragmento de seta, una pequeña cola. Me lo llevo todo a la boca y, tras refrescarme con otro culín de sidra, susurro al aire, melódicamente, cual ferre astur: “Preciaaaaaaadooooo”.