Siempre es un placer volver a pisar Avilés. Recorrer Galiana, El Parche, la Cámara, Sabugo, Rivero, Ferrería… es como adentrarte en una película de época. Avilés tiene un calor especial, el casco histórico con más gustirrinín de Asturias, con más recovecos, con más soportales, con más encanto, vaya. Si te dicen, al caminar por Avilés, que estás en 1940 y te adelanta en ese momento un carruaje, vamos, que te lo crees.
Hasta hace cuatro días, sin embargo, Avilés era la gran desconocida. La identificaban con Ensidesa y esa humareda ocultaba su belleza como una nube tóxica. Yo trabajé en Avilés dos maravillosos años, 1999 y 2000; entonces, había un único hotel, el Luzana, pese a sus 80.000 habitantes. Si me dicen entonces que una década más tarde iba a ir a Avilés a ver a Woody Allen inaugurando con la New Orleans Jazz Band un platillo volante llamado Centro Niemeyer la incredulidad hubiera sido absoluta. Pero anoche Woody Allen estaba en Avilés. Y yo, en quinta fila, disfrutando como un loco ante él y su divertida banda.
Avilés, ya nunca volverás a ser la gran desconocida. El 25 de marzo de 2011 liberó de un plumazo la nube tóxica de la acería para descubrir al mundo un invento llamado Niemeyer, donde está llamado a desfilar un famoseo variopinto. Con el primero, habéis dado en el clavo; al menos en el mío. Woody Allen es el mayor genio vivo de la historia del cine (mi trío lo completarían Polanski y Clint Eastwood). Nadie como él destripa las relaciones humanas con tanto acierto, con tanta gracia, con tanta inteligencia. Y nadie produce una película al año, en su vejez, que se va superando a la anterior.
Ver a Woody tocar el clarinete en Avilés es un sueño. Abres los ojos, ya en tu casa en Gijón, y dices: ¿Habrá sido verdad? No pude tocarlo, pero ciertamente parecía él, aunque a veces seguía el concierto un tanto adormilado, cuando no le tocaba participar, e incluso en una ocasión consultó con discreción su móvil a ver si le había escrito algo Soon Yi (o como se escriba). A todo esto, la música sonaba de cojones, maravillosamente bien; con unos vejestorios simpáticos y un pianista y un chelo más jóvenes para cargar luego con los instrumentos. Qué gozada de concierto. Qué bien sonó. Y Avilés, azorrao, al otro lado de la ría; como una ciudad durmiente que se avergonzara de ese ingenio arquitectónico que ha emergido a su lado. ¿Se gustarán? ¿Habrá flechazo? ¿Se pedirán matrimonio? En este despertar avilesino en Gijón alzo mi zumo de naranja por la villa del Adelantado y su blanca criatura.
Nunca te vi mejor, Avilés. Nunca soñé con verte tocar en Avilés, Woody.