En tres horas y media da tiempo para mucho: para cantar y para charlar. Eso hizo Ismael Serrano el sábado en el Teatro Jovellanos casi a partes iguales. Presentó un escenario amueblado como el salón de casa, íntimo, confortable. Había un sofá rojo, alfombras, un reloj de pared, mesas, baúles, lámparas… “Bienvenidos a su casa, pónganse cómodos y disfruten”. Serrano no sólo cantó. También contó una bonita historia, hilo conductor (intuyo) de su último disco. Entre canción y canción, habló de la vecina del 5º, que había enviudado y de cómo en el funeral otro vecino, a la sazón el batería, muy coñón, aprovechaba la coyuntura para llorar desconsoladamente sobre la pechera de la mujer del carnicero; habló del vecino huraño que acumulaba dinero en bolsas de basura, habló de otros dos inquilinos, puerta con puerta, que se gustaban, pero apenas se atrevían a dar los buenos días cuando uno salía a trabajar y el otro llegaba… Habló y habló y habló; y al final del concierto todas las historias de esa comunidad de vecinos madrileña se entrelazaron en la última, redondeando un bonito fresco de la vida cotidiana.
También cantó Serrano. Cómo no. Lo hizo ante un público entregado de antemano, con un timbre envolvente y unas letras comprometidas e inusuales para un compositor de 37 años. Qué voz, Isma. Y qué calidad humana. Vistos y oídos tus mensajes, cualquiera te imagina haciendo una pintada o dándole una patada a un palestino. Te equipararía a un mesías, a un utópico, a un bonachón que predica el bien y condena el mal. Ese es Ismael Serrano, un gran tipo, un excelente narrador y mejor cantante. Como tantos, peca un pelín de ‘repetitivo’. Pero se te perdona todo Ismael. Eres grande en un planeta cada vez más pequeño.